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viernes, 30 de noviembre de 2007

INCOMPRENDIDA MISIÓN DEL LAICO

Con un obispo argentino, titular de una diócesis provincial, conversábamos acerca de su tarea, como sacerdote consagrado, y de la mía, la de un simple laico enamorado de su misión evangelizadora, desde mi humilde sacerdocio común.
“No sabes cuán grande es la responsabilidad de un obispo frente a centenares de problemas que se le presentan en la conducción de su grey: ¿Que pasará si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se extravía?. ¿No dejará las noventa y nueve en los cerros para ir a buscar a la extraviada?. Y si logra encontrarla, yo les digo que ésta le dará más alegría que las noventa y nueve que no se le extraviaron. Pasa lo mismo donde el Padre de ustedes, el Padre del Cielo: allá no quieren que se pierda ni tan sólo uno de estos pequeñitos”, me dijo, afirmando, en la cita bíblica de Mateo, la responsabilidad de su apostolado.
Quedé buen rato en silencio, meditando el comentario del cura. Es verdad, pensé: Es mucha la responsabilidad y el trabajo; la cuidadosa organización de un ciclo de visitas pastorales a las parroquias de su diócesis; la prolija preparación de un calendario catequístico anual y hasta el muchas veces incomprendido celo en el cuidado de la Iglesia. Me quedó picando la última parte de la Parábola del Buen Pastor, a la que aquel obispo apeló y ese trabajo tesonero, esmerado, fecundo y hasta ese celoso pastoreo porque “allá en el Cielo no quieren que se pierda ni tan sólo uno de estos pequeñitos”.
Es que Dios no le preguntará cuántas ovejas tuvo en su rebaño, sino cuántas perdió en su trabajo pastoral. Quizás no le pregunte cuántas sumó a su redil, sino cuántas y porqué huyeron de su báculo.
Yo puedo comprender esa responsabilidad de cuidador y protector –reaccioné- pero la mía, humilde siervo de los siervos, es tan grande y seria como la suya. Y soy tan o más burlado que usted. Atiendo mi grupo de catequesis, mi tarea en la Comisión de Liturgia de mi parroquia; participo, en la medida de mis posibilidades de las actividades en el Movimiento de Cursillos de Cristiandad, debo ganarme la vida en medio de esta jungla, sortear miles de tentaciones a cada paso, debo marcar el ritmo cristiano en el primero de mis ambientes: mi hogar; ser también ejemplo en mi lugar de trabajo; sal y levadura en mi barrio y brindar un excelente testimonio de vida en mi pueblo, donde levanto orgulloso mi estandarte de laico comprometido, donde recojo frases de aliento, que sonrojan mi humildad, pero también irónicos comentarios sobre mi tarea apostólica, como si este laborioso laico fuera culpable del penoso desacierto en las conductas de algunos clérigos en los que primó el mal comportamiento humano reñido con la moral que profesan.
Ese es el escenario en que se debate la vida y misión del laico, una tarea muchas veces acotada, vaya a saber porqué razones, por la autoridad eclesiástica, otras criticada por quienes no entienden sobre las cosas trascendentes de Dios, y sólo estimulada por la gran promesa, el premio mayor, aquella que el gran amor del Padre nos tiene reservado y por el cual miles, millones de laicos en el mundo trabajan y trabajan sin esperar, en lo temporal, nada a cambio.

Jesús C. Legrand

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