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miércoles, 6 de febrero de 2008

El mito del cerebro inmaduro de los adolescentes (Artículo completo haga click aquí)

Firmado por Thomas Lickona - Aceprensa
En muchos países parece que los chicos presentan creciente precocidad para el alcohol o la promiscuidad sexual, entre otras conductas peligrosas. Según una teoría, el cerebro del adolescente carece de la madurez necesaria para contener los impulsos. Otra posibilidad es que los jóvenes se limiten a hacer lo que se espera de ellos, o a no hacer lo que no se les pide. Esto es lo que sostiene Thomas Lickona, especialista en psicología evolutiva y profesor de Educación en la Universidad Estatal de Nueva York.

Todos conocemos el enfoque pragmático de la educación sexual: “Hay que presentar la continencia como la mejor opción; pero seamos realistas y enseñemos también a usar el preservativo”. A lo que deberíamos responder: “¿Acaso cuando alentamos a abstenerse de las drogas, también enseñamos a los jóvenes a practicar el ‘consumo de drogas seguro’? Si estamos convencidos de que una conducta es perjudicial para uno mismo y para los demás, como sin duda es la promiscuidad sexual , ¿enseñamos a los jóvenes a practicarla de todas formas, o les enseñamos que nuestra convicción es realmente lo mejor para ellos y para la sociedad?”.
Por si la educación en la castidad no tuviera bastantes enemigos, temo que anda suelto por el mundo uno nuevo, que amenaza debilitar hasta el sentido común. Este nuevo peligro es el mito del “cerebro adolescente”. Estoy leyendo un libro titulado The Primal Teen: What the New Discoveries About the Teenage Brain Tell Us About Our Kids (“El adolescente primario: Lo que nos enseñan sobre nuestros hijos los nuevos descubrimientos sobre el cerebro adolescente”). Ahí se citan “expertos en el cerebro” que afirman cosas como esta: “Los adolescentes tienen pasiones más fuertes (…) pero no frenos, y tal vez no lleguen a tener buenos frenos [o sea, la maduración de la corteza prefrontal, necesaria para inhibir la conducta impulsiva] hasta los 25 años”.
Los adultos no son mejores

Hace unos meses hablé en un congreso sobre continencia en el que había un seminario sobre las implicaciones de las nuevas investigaciones en el cerebro. Cuando acabé la exposición, se levantó un médico que estaba en la mesa de presidencia y dijo: “Todos esos argumentos lógicos a favor de la continencia están muy bien, pero ¿qué eficacia tienen para un cerebro adolescente al que aún faltan diez años para completar su desarrollo?”.

Contesté que si trajéramos a la sala a cien chicos de 15 años elegidos al azar, podríamos alinearlos formando una progresión continua, desde los que nunca han tenido relaciones sexuales ni han hecho ninguna insensatez, hasta a los que tienen relaciones sexuales varias veces por semana y siguen otras muchas prácticas de alto riesgo. Todos sus cerebros tendrían más o menos la misma edad y el mismo grado de madurez cortico-prefrontal. ¿De dónde, entonces, la gran variedad en cuanto a comportamientos que piden la regulación de los impulsos? Añadí que cuando yo estaba en secundaria, no tuve relaciones sexuales con mi chica no por mi grado de madurez cerebral, sino por mis principios. Entre otras cosas, creía que era pecado mortal, y no estaba dispuesto a jugarme el alma.
De hecho, encuestas hechas en Estados Unidos muestran que los adultos de 35 a 54 años inciden en distintos comportamientos peligrosos en mayor proporción que los adolescentes. Es mucho más frecuente que mueran en accidente de automóvil, se suiciden, se emborrachen o ingresen en el hospital por sobredosis de droga.

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