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martes, 29 de abril de 2008

El naufragio del relativismo - Por Fernando Pascual

Imaginemos una escena surrealista. Los pasajeros entran en el avión y ocupan sus asientos. El piloto toma el teléfono de cabina y empieza a hablar:
“Señores pasajeros, les pido un momento de atención. Este vuelo seguirá un sistema democrático de decisiones. La primera se refiere al despegue. ¿A qué velocidad vamos a despegar, desde qué pista y con qué dirección?”
Los pasajeros se miran perplejos. Todos están convencidos de que esas decisiones dependen del piloto y de los sistemas de control del aeropuerto. Alguno alza la voz: “¿Usted nos toma por tontos o qué? La respuesta usted la conoce, no tiene que someter a votación algo de lo que dependen nuestras vidas”.
El piloto no se inmuta y responde. “Hablo en serio. Vivimos en un mundo democrático donde todo puede ser puesto en discusión. Nadie tiene el monopolio de la verdad, nadie debe imponer su punto de vista a los demás. Aunque yo tengo estudios de aviación civil, prefiero vivir en el respeto de las opiniones de ustedes. Por lo mismo, vamos a someter a votación nuestro despegue”.
Seguramente los pasajeros, uno por uno, se levantarían y saldrían del avión, sorprendidos e indignados ante las palabras incomprensibles del piloto.
La escena seguramente no habrá ocurrido nunca. Si llegase a ocurrir alguna vez, suponemos que el piloto iría directamente a un sanatorio psiquiátrico o a la estación de policía.
En muchos ámbitos “vitales”, sin embargo, impera la idea relativista, como si cualquier opinión pudiera ser discutida libremente. Por eso se aplica el sistema de votaciones para decidir sobre la bondad o maldad de un proyecto, sobre la conveniencia o no de una decisión. A veces sobre temas importantes, de los que pueden depender la vida de miles de personas. El naufragio en esos temas es seguro...
¿No hemos asistido a reuniones donde se pide quién está a favor o en contra del aborto, de la eutanasia, de la pena de muerte? ¿No vemos casi con normalidad el que se publiquen encuestas sobre qué piensa la gente sobre el cielo, el infierno, sobre la existencia de Dios y de vida fuera del planeta tierra?
La verdad, sin embargo, no depende de los votos ni de las opiniones. La justicia y el respeto de los derechos humanos fundamentales, tampoco.
No tiene ningún sentido ver cómo algunos discuten sobre religión como si fuese un tema que depende de los votos, de las tendencias sociológicas, de las impresiones subjetivas. Raya en el ridículo pretender que el parlamento de un estado discuta cómo definir el matrimonio según ideologías apoyadas simplemente en gustos personales o en estadísticas más o menos fidedignas.
La verdad puede ser negada, puede ser marginada, puede ser olvidada por individuos o por grupos sociales por periodos de tiempo más o menos prolongados. Pero no deja de existir Dios porque lo diga la mayoría de la gente. Ni deja de existir el infierno porque muchos piensen que es incompatible con sus opiniones. Ni el aborto, un crimen contra un hijo indefenso, se convierte en “derecho” después de una votación en el parlamento o en las Naciones Unidas.
Sobre los temas más decisivos, sobre los asuntos que afectan la vida, la justicia, la familia, no podemos sentarnos para votar sobre lo que “nos parece” verdadero. Hay que reflexionar y descubrir, en serio, la verdad respecto de los asuntos fundamentales de la vida humana.
En el avión de la existencia humana buscamos y queremos una guía segura que nos permita despegar, volar y llegar, con la máxima seguridad posible, a una meta maravillosa.
Los cristianos sabemos dónde encontrar esa guía, una luz para comprender los temas decisivos. Existe un Dios que vino al mundo y habló, sencilla pero claramente, sobre el mejor modo de emprender el vuelo. Su mensaje, después de 2000 años, brilla para millones de corazones que desean construir un mundo más justo y más humano, que esperan llegar un día a la Patria eterna.
Basta con abrir el Evangelio y volver a leer, llenos de esperanza, las palabras del Maestro. Basta con escuchar la voz del Papa y de los obispos para conocer una hoja de ruta maravillosa, que nos llega desde el Corazón de Dios, un Padre enamorado de sus hijos.

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