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martes, 13 de mayo de 2008

VATICANO - El Papa, en el 40 aniversario de la Encíclica Humanae Vitae

“A la luz de los nuevos descubrimientos científicos sus enseñanzas se hacen más actuales e invitan a reflexionar sobre su valor intrínseco”
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “El Siervo de Dios Pablo VI, el 25 de julio de 1968, publicaba la Carta Encíclica Humanae Vitae. Dicho documento se convirtió rápidamente en signo de contradicción... frecuentemente mal entendido y tergiversado, generó mucha discusión, ya que, entre otras cosas, se situaba frente a los albores de una corriente profundamente contestataria que signó la vida de generaciones enteras. A cuarenta años de su publicación, sus enseñanzas no sólo manifiestan su inmutable verdad, sino que revelan también la gran visión a futuro con la que es afrontado el problema”. Lo afirmó el Santo Padre Benedicto XVI en la audiencia concedida a los participantes al Congreso internacional promovido por la Pontificia Universidad Lateranense, en el 40 aniversario de la Encíclica Humanae Vitae. El Papa recordó cómo el amor conyugal no puede permanecer cerrado al don de la vida: “La vida es siempre un don inestimable; cada vez que se ayuda a su surgimiento percibimos el poder de la acción creadora de Dios que se fía del hombre y lo llama de esta manera a construir el futuro con la fuerza de la esperanza”. Ayer como hoy es tarea del Magisterio de la Iglesia reflexionar sobre los principios fundamentales que tienen que ver con el matrimonio y la procreación, afirmó el Papa, subrayando que “la verdad expresada en la Humanae Vitae no cambia; más aún, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos sus enseñanzas se hacen más actuales e invitan a reflexionar sobre su valor intrínseco. La palabra clave para poder entrar con coherencia en sus contenidos sigue siendo el amor”. Citando su Encíclica Deus Caritas est, Benedicto XVI recordó que si se niega en el hombre la unidad de cuerpo y alma “se pierde el valor de la persona y se cae en el grave peligro de considerar al cuerpo como un objeto que se puede comprar o vender”. Luego continuó diciendo: “Si el ejercicio de la sexualidad se transforma en una droga que trata de esclavizar al otro a los propios deseos e intereses, sin respetar los tiempos de la persona amada, entonces lo que hay que defender no es sólo el verdadero concepto del amor, sino sobretodo la dignidad de la persona misma. Como creyentes no podríamos permitir jamás que el dominio de la técnica anule la calidad del amor y la sacralidad de la vida”. Refiriéndose al acto gratuito de amor expresado por Dios en la Creación, Benedicto XVI recordó que “en la fecundidad del amor conyugal el hombre y la mujer participan en el acto creativo del Padre y hacen evidente que en el origen de su vida esponsal hay un “sí” genuino que es pronunciado y vivido realmente en la reciprocidad, permaneciendo siempre abierto a la vida... La ley natural, que está en la base del reconocimiento de la verdadera igualdad entre las personas y los pueblos, merece ser reconocida como la fuente en la que ha de inspirarse también la relación entre los esposos en su responsabilidad de generar nuevos hijos. La transmisión de la vida está inscrita en la naturaleza y sus leyes subsisten como norma no escrita a la que todos deben obedecer”. El Santo Padre seguidamente afirmó la urgencia de redescubrir “una alianza que ha sido siempre fecunda en la medida en que ha sido respetada; ella coloca en primer plano la razón y el amor”, enfatizando que lo que hace fecunda la donación de una persona a otra es la responsabilidad por la vida. “Ninguna técnica mecánica puede sustituir el acto de amor de dos esposos que se unen como signo de un misterio más grande que los hace protagonistas y copartícipes de la creación”. Finalmente, Benedicto XVI subrayó la urgencia de una adecuada formación frente a los tristes acontecimientos que hoy en día involucran a los jóvenes, “cuyas reacciones manifiestan un incorrecto conocimiento del misterio de la vida y de las riesgosas implicancias de sus gestos”, alentando a que “sobretodo a los jóvenes se reserve una especial atención, para que puedan aprender el verdadero sentido del amor y se preparan para ello con una adecuada educación en la sexualidad, sin dejarse conmover por mensajes efímeros que impiden alcanzar la esencia de la verdad que está en juego. Brindar falsas ilusiones en el ámbito del amor o engañar acerca de las genuinas responsabilidades que se está llamado a asumir con el ejercicio de la propia sexualidad no hace honor a una sociedad que se debe a los principios de la libertad y de la democracia”. Concluyendo su discurso, el Pontífice reconoció que las enseñanzas de la Encíclica Humanae Vitae no son fáciles”, sin embargo ellas “son conformes a la estructura fundamental mediante la cual la vida ha sido siempre transmitida desde la creación del mundo, en el respeto a la naturaleza y en conformidad con sus exigencias”.

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