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lunes, 22 de febrero de 2010

Renace el control de población - Por el padre John Flynn, L. C.

La vida humana vista como un problema de CO2
ROMA, domingo 20 de diciembre de 2009 (ZENIT.org). – La cumbre del clima de Copenhague ha traído consigo un aluvión de opiniones sobre temas medioambientales. Entre ellos está el retorno inquietante de la postura maltusiana que ve en el control de población la solución a los problemas del mundo.
Según un artículo de opinión de Diane Francis, publicado el 8 de diciembre en el periódico canadiense National Post, lo que se necesita es una ley planetaria que imponga la política china de un solo hijo a todas las naciones.
Francis pronosticaba que esto reduciría la actual población mundial de 6.500 millones hasta los 3.430 en el 2075. Aunque más extremista que la mayoría, Francis no está ni mucho menos sola en la defensa del control de población.
Poco antes de la cumbre de Copenhague, Optimum Population Trust de Gran Bretaña lanzaba un esquema de compensación del CO2, informaba el 3 de diciembre el periódico Guardian.
Según explicaba John Vidal, redactor de medio ambiente del periódico, esto permite a los consumidores ricos compensar su estilo de vida de viajes en jets privados financiando la anticoncepción en los países más pobres.
Los cálculos del Trust, según Vidal, muestran que las 10 toneladas métricas de CO2 emitidas por un viaje de vuelta desde Londres a Sydney podrían compensarse evitando el nacimiento de un niño en un país como Kenia.
Parece que el neocolonialismo todavía esté vivo en las actitudes de algunos activistas medioambientales que no ven ningún problema en hacer que las naciones en desarrollo contengan su población para que las emisiones de CO2 de los países ricos puedan compensarse.
Al lanzamiento del esquema siguió un informe publicado por el Trust titulado: “Menos Emisores, Menos Emisiones, Menos Coste: Reducir las Futuras Emisiones de CO2 investigando en la Planificación Familiar”.
Las conclusiones del estudio establecían: “El análisis coste/beneficio ha encontrado que la planificación familiar es considerablemente más barata que muchas tecnologías de bajo CO2”.
“Basándose en los resultados del estudio, se propone que los métodos de planificación familiar deberían ser el instrumento primario en una estrategia óptima para reducir las emisiones de CO2”, defendía el informe.
Predicciones de desastre
El Fondo de Naciones Unidas para la Población (FNUP) se unió al coro maltusiano con la publicación de su Informe de Estado de la Población Mundial 2009.
El informe impulsaba un mayor acceso a la “salud reproductiva”. Este término de Naciones Unidas ha de entenderse incluyendo el acceso a condones, anticonceptivos y aborto.
“Ahora hemos alcanzado un punto en el que la humanidad se está acercando al borde del precipicio”, indicaba Thoraya Ahmed Obaid, director ejecutivo del FNUP en la presentación del informe en Londres el 18 de noviembre.
El informe fue acogido en la prensa con titulares como “Naciones Unidas: Luchar contra el Cambio Climático con Condones Libres” (Associated Press, 18 de noviembre).
“Control de la Natalidad: el Modo más Efectivo de reducir las Emisiones de Gases de Efecto Invernadero”, decía a bombo y platillo el titular del 19 de noviembre del Times de Londres en su cobertura del informe.
Junto a este llamamiento a la salud reproductiva en las naciones en desarrollo, y para confundir más, había otras declaraciones que contradecían la tesis de que menos gente en los países más pobres alejaría al mundo del precipicio del desastre medioambiental.
“La responsabilidad principal de la actual acumulación de gases de efecto invernadero cae sobre los países desarrollados”, admitía el informe.
“La relación entre la población y el cambio climático es en la mayoría de los casos compleja e indirecta”, concedía también.
En un reportaje de la revista Economist del 31 de octubre aparecía una guía mejor sobre el tema de la población y el medio ambiente.
En el editorial que acompañaba el reportaje, la revista señalaba que la tendencia a una menor fertilidad en los países en desarrollo está ya presente. “El descenso de la fertilidad actual es muy significativo y muy rápido”, afirmaba.
Inmoral
El editorial sostenía que podemos limitar el impacto humano en el medio ambiente de tres formas: política de población, tecnología y gobierno. En cuanto a la población, la revista sostenía que no hay mucho que pueda hacerse. Sólo una “coacción estilo chino” podría traer una reducción más rápida en la fertilidad.
Resulta notable, para una publicación que en modo alguno se pone al lado de la religión, que el editorial también hay agregado lo siguiente: “Forzar a los pobres a tener menos hijos de los que quieren porque los ricos consumen demasiado de los recursos del mundo sería inmoral”.
El reportaje mismo proponía que el modo de tratar con las emisiones de CO2 y la preocupación por el medio ambiente no es intentar reducir la fertilidad sino cambiar el desarrollo económico de modo que sea menos contaminante y se haga menos intensivo con los recursos.
El sociólogo británico Fran Furedi exploraba la vuelta al maltusianismo en un texto para la página web Spiked. Su comentario del 7 de diciembre atacaba con dureza las propuestas de la Optimum Population Trust por ser “una organización maltusiana cuasi zombi dedicada a la causa de la reducción humana”.
“A través de la mayor parte de la historia, la vida humana ha sido valorada en sí misma y por sí misma; ha sido vista como poseedora de una calidad especial que no se podía reducir a cantidades mesurables por contables misántropos”, observaba.
Furedi basaba sus comentarios en una perspectiva humanista y no en un fundamento religioso. La vida humana tiene una calidad única, sostenía. También se maravillaba por el hecho de que otros humanistas no estuvieran interesados en defender la vida humana y no se alzaran por ideales desarrollados en el Renacimiento y la Ilustración.
Perder la fe
“Un mundo que puede poner un signo de igualdad entre un bebé y el CO2 es un mundo que ha perdido su fe en la humanidad”, lamentaba Furedi.
Otro interesante comentario se publicaba el 9 de diciembre en la página web australiana On Line Opinion. Estaba escrito por Farida Akhter, de Bangladesh. Según el artículo, era la directora de una organización que trabaja con comunidades en Bangladesh y también dirige una editorial feminista.
Akhter reflexionaba sobre el informe del Estado de la Población del Mundo del FNUP y sostenía que es una postura simplista considerar que las mujeres pueden resolver los problemas medioambientales simplemente reduciendo su fertilidad.
Poner en el objetivo a las naciones en desarrollo simplemente no tiene sentido. Citando datos del informe del FNUP, que los 500 millones de personas más ricas del mundo son las responsables del 50% de las emisiones de dióxido carbónico del mundo.
Así, continuaba, incluso aunque reduzcamos el crecimiento de la población en los países más pobres no será significativa su aportación a la reducción de las emisiones de CO2 o del consumo de recursos.
“No hagamos a las mujeres el objetivo de los anticonceptivos con la excusa de resolver el cambio climático”, concluía.
Un sentimiento compartido por Jennie Bristow, redactora jefe de la publicación británica Abortion Review.
Escribía también un artículo para Spiked el 6 de octubre sobre el tema de la población y la ecología.
Bristow defendía el aborto y los anticonceptivos, pero también precisaba que la historia está llena de ejemplos en los que estas prácticas se han impuesto a las mujeres por las autoridades que querían decidir cuántos niños deberían nacer.
Respeto
Su ensayo era crítico con la postura pro vida, aunque mantenía también que: “Se deben responder serias cuestiones sobre hasta qué punto es genuino el compromiso por la libre elección entre quienes les gustaría que las mujeres eligieran en última instancia no tener hijos, o no más de un cierto número de hijos”.
Es cierto que tenemos una responsabilidad hacia el medio ambiente, apuntaba Benedicto XVI en su encíclica del 29 de junio “Caritas in Veritate”.
Lo que está en juego, no obstante, es algo más que sólo temas ecológicos, añadía el Papa. El respeto por la naturaleza también incluye el respeto por la vida humana. “Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros”, apuntaba la encíclica (No. 51).
Si los acaban oponiéndose, entonces hay “una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual”, continuaba el Pontífice. Una contradicción propuesta por no pocas voces en el debate sobre cómo afrontar los actuales temas de medio ambiente.

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