Un nuevo informe examina las tendencias
ROMA, domingo, 6 de diciembre de 2009 (ZENIT.org) - Todo el mundo sabe que el divorcio es un problema frecuente, pero, según un informe canadiense, medir su alcance con exactitud no resulta tarea fácil. El Vanier Institute of Family de Ontario publicaba su tercera edición de "Divorcio: Hechos, Causas y Consecuencias".
En él, Anne-Marie Ambert, una profesora de sociología retirada, considera la situación canadiense y la compara con otros países. La afirmación común de que uno de cada dos matrimonios acaba en divorcio no es tan simple como suena, observaba.
Citando un informe de 2008 de Statistics Canada, Ambert señalaba que el riesgo de divorcio antes del trigésimo aniversario para las parejas casadas es del 38% para el país en su conjunto, pero del 48,4% para la provincia de Quebec. Esta cifra se puede comparar con el 44% de Estados Unidos.
Sin embargo, se da una cierta duplicación de las personas, pues esta cifra incluye no sólo a persona que se divorcian por primera vez, sino también a aquellas cuyos matrimonios terminan por segunda o más veces. En el 2005, el 16% de los divorcios incluían a maridos que ya se habían divorciado al menos una vez. Para las mujeres la cifra era del 15%.
Esto significa que las parejas que se acercan al matrimonio por primera vez han de tener presente que el índice de divorcios para el primer matrimonio es menor del 38%, probablemente cercano al 33% según Ambert.
Se presentan nuevas complicaciones cuando se usan métodos de medida inadecuados. Algunas veces el número de divorcios al año se compara con el número de matrimonios en el mismo periodo de 12 meses. De esta forma si el número de matrimonios baja, como ha ocurrido en Canadá en la pasada década, la proporción de divorcios respecto a matrimonios parece aumentar de forma automática aunque el número de divorcios permanezca constante.
Otra cuestión engañosa es el hecho de comparar el índice de divorcios con el índice de matrimonios. Si hay 2,7 divorcios por cada 1.000 personas en una población y 5,4 matrimonios por 1.000, entonces en índice de divorcios es del 50%. No sólo es erróneo por la misma razón que el método anterior, sino que puede también usarse para hacer una extrapolación, concluyendo que el 50% de los que se casan ese año se divorciarán.
Exactitud
El método usado más común es la cruda cifra anual por cada 1.000 ó 10.000 parejas casadas de una población. En el 2005 este índice en Canadá fue de 2,2 divorciados por cada 1.000, en comparación del 2,9 de 1990.
Según Ambert, la forma más exacta de calcular es usar el Índice Total de Divorcios. Este considera la gente que se ha casado en un año dado y determina la proporción que se espera se divorcie antes de su trigésimo aniversario de bodas. Este método también tiene sus limitaciones, pues se trata de una predicción basada en los patrones actuales de divorcios del pasado reciente.
Esto hace más difícil las comparaciones internacionales, puesto que tales predicciones requieren un cuidadoso mantenimiento de datos y cálculos que pocos países hacen de modo adecuado.
Las tendencias también están cambiando. El divorcio aumentó mucho en Canadá tras la ley de 1968 que lo volvió más fácil de lograr, y así se multiplicó por cinco en los años posteriores. Más tarde, durante los noventa, los índices de divorcio se redujeron tanto en Canadá como en Estados Unidos.
Otra variable es el aumento de las parejas que viven juntas antes del matrimonio. Tanto éstas como las que tienen hijos de divorcios anteriores corren un riesgo de divorcio mayor, por lo que dará ocasión a que los divorcios pudieran aumentar en años futuros.
Otra sección del informe de Ambert considera los factores que contribuyen al divorcio en Canadá. En términos de influencias culturales, defendía que puesto que ha avanzado la secularización y se da más espacio a las opciones individuales, los índices de divorcios han aumentado de forma gradual.
"Para muchos, el matrimonio se ha vuelto más una opción individual que un compromiso ante Dios y este cambio ha contribuido a la aceptación de su naturaleza temporal", explicaba.
Individualismo
Luego, leyes que facilitan el divorcio llevan a su normalización y, así, se convierte en socialmente aceptaba y pierde su estigma. La tendencia hacia el individualismo y un énfasis en los derechos más que en los deberes también ha jugado su papel, afirmaba Ambert.
La cultura actual anima a la gente a ser feliz y a estar satisfecha y el matrimonio ya no es visto como una institución centrada en las responsabilidades mutuas sino basada en la búsqueda de la felicidad y el compañerismo.
Como consecuencia de estas tendencias, los canadienses y la mayoría de los occidentales han desarrollado un umbral más bajo de tolerancia cuando el matrimonio no resuelve sus expectativas de plenitud personal, continuaba Ambert.
También examinaba la tendencia a vivir juntos de los últimos tiempos. Se suele creer, comentaba Ambert, que vivir juntos antes del matrimonio daría la oportunidad a la gente de evitar casarse con la persona errónea además de practicar la capacidad de relación.
Este no ha sido el resultado, observaba. La cohabitación representa, especialmente entre los hombres, un menor compromiso con la pareja y la fidelidad sexual. Hay también menos razones para empeñarse en mantener una relación que puede que nunca se haya visto como algo que comenzó con un compromiso de por vida.
Por tanto, añadía Ambert, no se puede decir que vivir juntos constituya necesariamente una suerte de ensayo de matrimonio y, como resultado el divorcio puede muy bien tener lugar cuando la pareja que ha convivido se case.
La experiencia de esta convivencia menos segura y en ocasiones menos fiel conforma un comportamiento en consecuencia en el matrimonio y tales parejas siguen viviendo su matrimonio a través de la perspectiva de la inseguridad y del bajo compromiso de su anterior convivencia, comentaba Ambert citando algunos estudios.
Otro factor es que estas parejas son por lo general menos religiosas que las que se casan sin convivir. Albert afirmaba que hay una correlación entre religiosidad y felicidad matrimonial, al igual que estabilidad.
Consecuencias
La pobreza aumenta el riesgo de divorcio y, a su vez, el divorcio aumenta el riesgo de pobreza, apuntaba el informe. El estudio citado por Ambert mostraba que dos años después de la separación o divorcio el 43% de las mujeres habían sufrido una disminución de sus ingresos domésticos, comparado con el 15% de los hombres. Incluso tres años después del divorcio los ingresos de muchas mujeres siguen bastante por debajo de lo que habían sido durante el matrimonio.
El divorcio también es un factor de riesgo con respecto a los problemas de comportamiento entre los niños. Aunque las diferencias medias no sean enormes, concedía Ambert, aún así los niños cuyos padres están divorciados tienden a sufrir más de problemas psicológicos y a no ir tan bien en la escuela. Esta es la situación incluso después de que sus padres se vuelvan a casar.
De igual forma, los hijos más mayores de padres divorciados tienden a dejar el hogar antes que los demás. Como consecuencia se les vuelve muy costoso seguir con su educación, lo que lleva a su vez a menos capacidades y mayor desempleo.
Aunque la pobreza es el principal factor de impacto negativo del divorcio en los hijos, Ambert explicaba que, incluso cuando hay una reducción significativa en la pobreza infantil, no se eliminan las consecuencias del divorcio y del vivir con un solo progenitor.
La disolución de matrimonios en general representa no sólo una carga para los hijos, sino también un coste significativo para la sociedad en su conjunto, concluye Ambert.
"La Iglesia no puede permanecer indiferente ante la separación de los cónyuges y el divorcio, ante la ruina de los hogares y las consecuencias que el divorcio provoca en los hijos", decía Benedicto XVI el 25 de septiembre a un grupo de obispos de Brasil.
"La Iglesia está firmemente convencida de que los problemas actuales que encuentran los cónyuges y debilitan su unión tienen su verdadera solución en un regreso a la solidez de la familia cristiana, ámbito de confianza mutua, de entrega recíproca, de respeto de la libertad y de educación para la vida social", recomendaba.
El Papa animaba a los obispos y sacerdotes de Brasil a apoyar y a respaldar a las familias y fortaleciendo la vida familiar ayudar a solucionar los problemas sociales. En las circunstancias actuales, una tarea difícil, pero vital.
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