Nadie debe ser penalizado por ser homosexual, y en las democracias occidentales eso ya no ocurre. En cambio, observa Maggie Gallagher, en esos mismos países se empieza a penalizar a los que, por su postura contraria a los actos homosexuales, no quieren servir de altavoz o pedestal a quienes los defienden. Es una aplicación errónea del principio de igualdad, dice en un artículo para National Review (27-05-2009).
Maggie Gallagher, presidenta del Institute for Marriage and Public Policy, de Estados Unidos, es autora, junto con Linda J. Waite, de The Case for Marriage (cfr. Aceprensa, 23-05-2001). En Aceprensa hay también una entrevista con ella.
A propósito de la homosexualidad, dice Gallagher, se está limitando la libertad religiosa con intervenciones estatales en el gobierno de las organizaciones confesionales. La autora menciona algunos casos recientes en Gran Bretaña. En uno, se ha forzado a una escuela católica a retener a un profesor que formalizó públicamente una unión civil con otro hombre. El gobierno alega que el centro solo habría podido despedirlo, en ejercicio de la libertad religiosa, si fuera profesor de religión.
También en Gran Bretaña, un obispo anglicano fue multado por rehusar dar trabajo pastoral –y tampoco sueldo, por tanto– a un ministro que era abierta y activamente homosexual. El tercer ejemplo es que se ha negado a las agencias de adopción de carácter religioso la posibilidad de excluir a las parejas homosexuales del proceso de selección de candidatos a adoptar.
Todo ello se ha hecho en virtud de la Ley de Igualdad, de 2006. Lo cual implica, a juicio de Gallagher, la anomalía de convertir una opción –el casamiento entre dos personas del mismo sexo– en un derecho de igualdad.
“Las opciones –explica– están protegidas por derechos de libertad, no derechos de igualdad. La libertad sexual significa que tengo el derecho de hacer lo que quiera, no el derecho de estar libre de saber que otros están en desacuerdo conmigo, o de que otros decidan formar instituciones donde se enseñe que mi conducta sexual es reprobable y de las que se excluya a quienes la sigan”.
En cambio, “la igualdad se aplica a características que no implican opciones”. Por ejemplo, “el color de la piel es irrelevante y no elegido”. También, “la orientación sexual es casi seguro no elegida, pero la decisión de incorporar un deseo sexual a la identidad de uno mismo, y de actuar en consecuencia, es una opción. Tal vez muchos opinen que es la opción correcta, la más sana; pero lo que importa es que es una opción, y por tanto sujeta a reflexión moral. Un deseo sexual no se justifica por sí solo”.
Si se eleva un deseo privado al rango de derecho a casarse con alguien del mismo sexo, se da un paso adicional. Por eso, “el matrimonio homosexual considerado como derecho de igualdad constituye un extraño híbrido: el derecho a actuar de cierta manera, a que el Estado y otras instituciones lo bendigan, y castigar a otros –como se castiga a los fanáticos– por expresar desacuerdo con esas acciones”.
Para Gallagher, de esta manera se ha emprendido un camino peligroso: al igual que se ha redefinido el matrimonio para convertir en derecho una opción y discriminar a los disconformes, se podría hacer lo mismo con otras realidades. La igualdad sería, en vez de un escudo, una espada para legitimar intromisiones estatales en ámbitos de autonomía civil. “Muchos libertarios no entienden el proyecto esencialmente marxista que están promoviendo. Tal vez se deje libres a los individuos, pero las instituciones que están en contra de los valores del Estado serán reprimidas en nombre de la igualdad. Si los individuos no tienen libertad para formar instituciones, están inermes ante el poder del Estado para imponer sus valores”.
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