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jueves, 10 de julio de 2008

Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian - Aceprensa

Por José María Aresté
Nueva y apasionante entrega de Las Crónicas de Narnia, la saga fantástica de C.S. Lewis integrada por siete volúmenes. Y aunque estamos ante un relato fantástico, se opta por un inteligente realismo: lo que vemos, parece que está sucediendo en un mundo diferente pero auténtico. Aquí se adapta el segundo de los libros del autor inglés, de nuevo con Andrew Adamson tras la cámara, y con él mismo y los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely. Hay un claro esfuerzo de fidelidad al original, al tiempo que un modo inteligente de no separar demasiado las líneas argumentales de Caspian desvalido preparándose para enfrentarse a su tío Miraz, y de los Pevensie redescubriendo Narnia. Además, tras el enorme éxito del film precedente, el presupuesto de la nueva entrega ha sido más generoso, lo que se nota en el diseño de producción, en las escenas de batallas, y en el empeño de cuidar mejor la creación de las criaturas fantásticas, y su integración en las diversas escenas.
Quizá este deseo de aprovechar la coyuntura, incluso inventando un asalto al castillo de Miraz, para ensanchar el aire épico de la narración, perjudica un poco al conjunto, se acaba prestando demasiada atención a la parafernalia de los efectos especiales. Y eso que en tal sentido se logra una pasmosa perfección, en que se imaginan las circunstancias concretas de cómo discurren las batallas, con elementos ocurrentes de estrategia, o se atrapa la emoción de los diversos duelos y desafíos. El problema es que ese hacer todo “a lo grande” quita algo de fuerza a los personajes y a sus conflictos.
La apuesta en esta ocasión es abordar el tema de la fe, cuando la presencia y la ayuda de Aslan no son tan evidentes como en la anterior aventura. Si en El león, la bruja y el armario el sacrificio del león era patente, aquí Aslan no se deja ver, es una etapa de oscuridad, en que la tentación para Peter es confiar sólo en sus propias fuerzas en la tarea de ayudar a Caspian; esto le conduce a la arrogancia y a la confrontación, mientras que en el caso del príncipe surge la opción de ceder a las seductoras garras del mal. También Lucy, la más cercana a Aslan, a quien ve en sueños, pasa por la prueba del miedo, de considerarse demasiado pequeña e indefensa para poder actuar. En definitiva, y de acuerdo con el fondo cristiano de la saga de Lewis, se está hablando de la necesidad de confiar en Dios para afrontar los problemas. Y se señala cómo toda actuación, acertada o errónea, tiene consecuencias.
Un terreno en que la saga Narnia acierta plenamente, tanto en este film como en el anterior, es el del reparto. En vez de acudir a actores archiconocidos, se ha seleccionado a intérpretes muy buenos y que encajan en sus personajes, pero no muy reconocibles para el gran público. Aquí hay que aplaudir el trabajo de Sergio Castellitto como el villano Miraz, al que compone como un personaje ambicioso pero muy humano, alejándose de la trampa del histrionismo; se sigue así la línea marcada antes por Tilda Swinton con su Bruja Blanca, que tiene aquí una breve aparición. También están bien en el bando de los telmarinos Damián Alcázar, Pierfrancesco Favino y Simón Andreu, que junto con Alicia Borrachero conforman un grupo de intérpretes latinos muy coherente. Además es un acierto la elección de Peter Dinklage (Vías cruzadas, Declaradme culpable) para dar vida al enano Trumpkin.

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