Hulme advierte que la pretensión de que la ciencia diga “lo que hay que hacer” ante el cambio climático lleva a que se deteriore su objetividad científica y a convertirla en campo de batallas políticas e ideológicas.
El problema es que “esperamos demasiada certeza, y por tanto claridad, sobre lo que debe hacerse. En consecuencia, no sabemos comprometernos en un debate sincero sobre nuestros distintos valores éticos y visiones políticas”.
Hay que tener en cuenta, dice Hulme, que la ciencia “nunca escribe libros de texto cerrados. No nos ofrece una Sagrada Escritura, infalible y completa. Esto es especialmente cierto en el caso de la ciencia del clima, un complejo sistema a enorme escala, influido a cada momento por las contingencias humanas. Sí, la ciencia ha revelado claramente que los seres humanos estamos influyendo en el clima del mundo y que seguiremos haciéndolo. Pero no sabemos toda la escala de los riesgos planteados, ni con qué rapidez evolucionarán, y tampoco comprendemos bien la influencia relativa de los distintos factores que están implicados a diferentes escalas”.
“Del mismo modo, también atribuimos demasiada autoridad científica a los análisis económicos sobre el cambio climático. Y, efectivamente, hay toda una cascada de costes según se mitigue, se adapte o se ignore el cambio climático, pero muchos de estos costes están muy influidos por los juicios éticos sobre cómo valoramos las cosas, ahora y en el futuro. Y la ciencia no puede prescribir estos juicios”.El debate, pues, tiene que ver con asuntos sobre “la gestión del riesgo, la valoración y la ideología política”. “Es una ilusión esperar que la ciencia disipe la niebla de la incertidumbre, de modo que finalmente se aclare exactamente lo que nos reserva el futuro y cuál es la influencia humana en él”.
Si el climategate lleva a una mayor trasparencia y a menos sectarismo en la ciencia del clima, habrá sido positivo, concluye Hulme. La ciencia “no es el campo en el que importamos nuestras legítimas discrepancias, sino un poderoso medio para saber cómo funciona el mundo y las posibles consecuencias de nuestras distintas políticas”. En cambio, los debates sobre las convicciones políticas y éticas deben desarrollarse en los espacios públicos que las democracias han dispuesto para este fin.
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