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viernes, 16 de octubre de 2009

Argentina: El homicidio prenatal y los nuevos abortistas (I) - VHI


Por el Dr. Oscar Botta. Médico Especialista en Salud Pública. Presidente y Fundador de Acción por la Vida y la Familia, Organización afiliada a VHI en Argentina - accionporlavidaylafamilia@infovia.com.ar
Es interesante constatar como decía el Dr. Jérôme Lejeune que las ciencias naturales y las ciencias jurídicas hablan básicamente el mismo lenguaje. Antes de proclamarse una Constitución se tiene que definir cuidadosamente cada una de sus condiciones y luego se tiene que votar para sancionarla. La constitución natural del ser humano también tiene que ser definida cuidadosamente en todas sus características. A estas características se las llama genes que son transportados por los cromosomas. También hay un proceso de votación que es la fecundación, solamente uno entre millones de espermatozoides será escogido para producir el nuevo conjunto de la información.
La investigación científica sobre la naturaleza del embrión humano revela ya desde el instante de la concepción, la existencia de un “sistema combinado” nuevo, único e irrepetible y que además es irreductible a la suma de los dos subsistemas que lo han originado en la fecundación (el espermatozoide y el óvulo). Esa “nueva célula” resultante, ya presenta en su interior una gran producción de energía y un proceso biológico de gran intensidad que manifiesta su verdadera vitalidad. En ese sistema ya está inscripta genéticamente la información que permitirá el desarrollo programado de la persona humana hasta su forma final a través de un proceso continuo que pasa suavemente de un estadio a otro. La genética nos dice que ningún embrión puede volverse específicamente humano si no lo era desde el principio. Hoy en día se congelan embriones, sabemos que a medida que baja la temperatura “el tiempo se detiene”; y cuando alcanzan temperaturas muy bajas, “el tiempo se suspende”, pero los seres humanos que han sido congelados, NO están muertos, recobrarán su propia autonomía, empezarán a ser ellos mismos otra vez. Sabemos que se ha interrumpido la dinámica pero la vida puede volver a comenzar.
Esto permite afirmar que ya desde ese “primer instante” existe un individuo humano, la vida humana     entra en juego. Los derechos humanos se adquieren cuando empieza la vida. La vida es el derecho humano más fundamental sobre el cual se apoyan todos los demás derechos. Si no respetamos éste derecho, todos los demás derechos son ilusorios, ficticios y palidecen frente  a la inexistencia de   protección de ése derecho a la vida. Es natural que se proteja la vida desde su inicio, desde la concepción hasta su fin natural, por ende la vida tiene que ser protegida cuando existe en el vientre de la madre y      también cuando aparentemente está disminuida por enfermedad, por vejez, demencia o incomunicación total por el así llamado coma profundo o la mal llamada “muerte cerebral”.
No somos propietarios de la vida, somos administradores de la vida, la vida es un don de Dios, nosotros recibimos la vida de Dios y la administramos. Lo mismo vale para aquellos que no creen en Dios o se dicen agnósticos, porque no pueden negar un orden natural. Desde los avances técnicos en el campo de la reproducción humana, se ensalza la libertad de la mujer o de la pareja respecto de la generación, en términos de auténtica “posesión casi absoluta” respecto de la descendencia. La llamada “medicina del deseo” intenta atender las peticiones cada vez más sofisticadas que se lanzan sobre un pretendido    “derecho absoluto al hijo”, convertido ya en el “derecho al hijo genéticamente perfecto”. Nosotros recibimos la vida como un don de Dios. La vida no es objeto de derechos, sino sujeto de derechos. Es decir, cada ser humano vale por sí mismo, es un fin en sí mismo y no un medio para satisfacer los deseos de otro. Es un don y no una mercancía que se produce a toda costa.
Una sociedad que ignora el valor intrínseco de la vida incipiente, entra en un engranaje mental que conduce a las siguientes situaciones: Al desprecio de la vida en su totalidad. A un progresivo menosprecio de “la familia”. A una soledad creciente de la mujer ante el entrañable misterio de la maternidad. A la exaltación del egoísmo masculino. A una degradación de las relaciones físicas entre el hombre y la mujer. A una abulia mental y ética de los jóvenes que deben afrontar el mundo de hoy. A una grave inversión de la profesión médica que de servidora de la vida se transforma en instrumento de muerte.  

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