El 11 de marzo pasado se publicó on-line en el British Medical Journal un estudio epidemiológico (Royal College of General Practitioners’ Oral Contraception Study) que ha tenido amplio eco mediático. Los méritos del estudio son innegables, pues ha conseguido una continuidad de 39 años.
Algunos medios se han quedado sólo con una parte de los resultados, y por eso nos anunciaban que los anticonceptivos parecían prolongar la vida. No es así. La lectura directa y atenta del artículo proporciona una conclusión que inclina a pensar más bien lo contrario, pues todo depende del tiempo que se espera que tarden las píldoras en tener efecto adverso sobre la mortalidad. La mortalidad es superior para las usuarias de anticonceptivos si el plazo de observación no se prolonga más allá de 9 años después de que dejaron de usarlos. Es poco creíble que después de más de 10 años sin usarlos puedan seguir teniendo efecto alguno.
Tampoco el estudio británico encuentra que haya protección a largo plazo, tras más de 10 años después de dejarlos. Cuando analizaron sólo lo que pasaba en ese largo plazo (prescidiendo del tiempo en que se tomaban y de los 9 años siguientes) se encontró un efecto prácticamente nulo. En cambio, el riesgo de morir era un 8% superior durante el tiempo de uso y los 5 años siguientes; y subía hasta un 76% más de riesgo en el plazo de 5 a 9 años tras dejar de tomarlos.
La delimitación precisa del tiempo entre que un factor actúa y cuándo se puede producir su efecto es un principio básico de la epidemiología que se debería tener muy en cuenta al interpretar este estudio.
Sorprende mucho que sea la industria farmacéutica que más anticonceptivos vende (Schering, Wyeth) una de las principales financiadoras del proyecto. Esto ha sido criticado.
Los propios autores reconocen diferentes limitaciones metodológicas y exigen cautela al interpretar sus resultados. Entre las limitaciones que ellos mismos reconocen está el healthy survivor effect (las que “sobreviven” a los antinconceptivos son un colectivo artificialmente seleccionado para vivir más en el largo plazo, a pesar de haberse expuesto antes a ellos, pues son las que los sobrevivieron), las abundantes pérdidas durante el seguimiento (sólo consiguen retener en el estudio a 2 terceras partes de las incluidas, y en epidemiología no se consideran muy creíble un estudio que siga a menos del 80%) y la falta de información sobre la incidencia real de las enfermedades, pues sólo consideran casos mortales.
Otra gran limitación que los autores no reconocen es que el estudio no tuvo en cuenta un factor tan importante como la hipertensión. Es muy conocido que los médicos suelen desaconsejar los anticonceptivos a mujeres que tienen la tensión alta. Esto hace que artificialmente se concentren más las mujeres hipertensas en el colectivo de no usuarias de la píldora. Como la hipertensión es un fuerte determinante de mayor mortalidad a largo plazo, no es de extrañar que se observen más muertes de la cuenta entre las no usuarias de píldoras. Esto no significa que la píldora sea buena, sino que la hipertensión es mala.
Estas y otras debilidades del estudio han sido objeto de respuestas rápidas en la página web del British Medical Journal.
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