Nació once años después de sus hermanas, concebida como ella por inseminación artificial. Sus padres, Adrian y Lisa Sheperd, de Gran Bretaña, recurrieron a uno de los doce embriones congelados que años atrás habían «producido» y «reservado». Los padres tenían el deseo de un hijo más y todo fue como abrir el refrigerador y sacar el producto del congelador.
Megan y Bethany fueron implantadas en su madre en 1998 y nacieron al año siguiente. Ryleigh esperó once años para que llegara su turno. Once hermanitos más esperan ahora en una fría probeta de laboratorio. Para cuando los padres tengan ganas de un hijo más. «Las niñas están encantadas de tener una hermana y saben que ella también fue concebida como ellas», declaró la sra. Shepherd al Daily Mail (cf. 27.12.2010, Conceived together, born 11 years apart: Deep-frozen third sister arrives after record gap).
«Hay quien se rasgará las vestiduras, dirá que el mundo está al revés, que hombres y mujeres han sobrepasado los límites, que el egoísmo y sentido de omnipotencia violan las reglas más hondas de la naturaleza, que los hijos no están a merced ni se ordenan por catálogo fijando la fecha de entrega cuando mejor nos viene, que quien preside esta extravagante producción no es otro que el doctor Frankenstein en persona», dice la autora de un artículo en Il Corriere della Sera, para luego reflexionar en la diversidad de opiniones respecto al mismo tema: desde las más «conservadoras» hasta las más «progresistas».
De hecho, hacia el final, sentencia que «quizá sea imposible un juicio común» sobre el caso. Bastaría recordar que un hijo no es un objeto de consumo cuanto un sujeto de amor; bastaría pensar en que un hijo no es como levantarse, pensar qué se desea desayunar, abrir el refrigerador y satisfacer el antojo del momento. Y quizá esto sí es una primera aproximación para un juicio común.
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