Por Colin Mason
En lo que quizá llegue a ser conocido como el resumen del pensamiento del Papa Benedicto XVI, se dio a conocer la encíclica, titulada Caritas in Veritate (Caridad en la Verdad) el pasado 7 de julio. En ella el Sumo Pontífice busca dejar perfectamente clara la postura social de la Iglesia Católica en diversos temas de actualidad, desde una práctica económica sensata hasta el control demográfico.
Está disponible al público y puede ubicarla en el sitio web del Vaticano:
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/ hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate_en.html
En palabras del Papa Benedicto, su escrito “aborda temas sociales vitales para el bienestar de la humanidad y nos recuerda que la renovación auténtica tanto de individuos como sociedad requiere sustentarse en el verdadero amor a Cristo, lo que permanece en el corazón de la doctrina social de la Iglesia.” Continúa explicando que la encíclica “no espera proporcionar soluciones técnicas a los problemas sociales de hoy, sino que se centra en los principios indispensables para el desarrollo humano.”
Sin embargo, Benedicto es muy claro en dirigirse a lo que considera como el problema primordial de nuestro tiempo: un amor divorciado de la verdad. Este problema, dice, conduce directamente hacia algunos de los peores males de la sociedad moderna.
“El desarrollo, el bienestar social, la búsqueda de una solución adecuada a los graves problemas socioeconómicos que afligen a la humanidad, todos necesitan esta verdad,” Benedicto insiste. “Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas del poder.”
Planteando este punto de partida, el Papa presenta el sendero apropiado que el mundo debería tomar en la búsqueda del desarrollo humano y también, de manera clara, condena los explícitos males sociales que han impedido este desarrollo.
El desarrollo, explica el Papa, no es algo para ser evitado o rechazado, sino más bien algo que debe ser cuidadosamente orientado hacia el mayor beneficio para la humanidad. “Con relación al desarrollo como una vocación,” escribe, “es reconocer por un lado que éste nace de una llamada transcendente, y por otro, que es incapaz de darse su significado último por si mismo.”
El amor y la verdad necesitan guiar no sólo las acciones de los individuos sino de los gobiernos también, dice Benedicto. El llama a las naciones a ser “protagonistas” y no “víctimas” en una era de globalización, “guiados por la caridad y la verdad.” Nos recuerda que “con una sociedad más globalizada, estamos más cerca unos de otros, pero no más hermanos.”
Benedicto condena determinados males que surgen en la sociedad por el divorcio del amor y la verdad, incluyendo el aborto, la investigación de las células madre embrionaria y el control demográfico.
Escribe el Papa, “Algunas organizaciones no gubernamentales, además, difunden el aborto, promoviendo a veces en los países pobres la práctica de la esterilización, incluso en mujeres a quienes no se pide su consentimiento. Por añadidura, existe la sospecha fundada de que, en ocasiones, las ayudas al desarrollo se condicionan a determinadas políticas sanitarias que implican de hecho la imposición de un fuerte control de la natalidad. Preocupan también tanto las legislaciones que aceptan la eutanasia como las presiones de grupos nacionales e internacionales que reivindican su reconocimiento jurídico.”
En otra parte de la encíclica, explicando el valor económico de la población humana, afirma que “no es correcto considerar el aumento de población como la primera causa del subdesarrollo, incluso desde el punto de vista económico.” Además, dice que la población humana debería ser capaz de ejercer su sexualidad en libertad y sin coacción.
“Es irresponsable considerar la sexualidad como una simple fuente de placer,” dice Benedicto, “y como que se regule con políticas de planificación forzada de la natalidad. En ambos casos se trata de concepciones y políticas materialistas, en las que las personas acaban padeciendo diversas formas de violencia. Frente a todo esto, se debe resaltar la competencia primordial que en este campo tienen las familias en el área de la sexualidad, a diferencia del Estado y sus políticas restrictivas, así como una adecuada educación de los padres.”
Por último, el Papa sostiene que es precisamente este desprecio a la vida humana que lleva a la destrucción el medio ambiente. “Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural…, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello el de ecología ambiental.” El Papa agrega que “Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas.”
Es una bien merecida bofetada a los ecologistas radicales que denigran a la humanidad mientras que idolatran el medio ambiente. El camino hacia el verdadero cuidado del medio ambiente, dice el Papa, está, ante todo, en el respeto a la persona humana.
Como explica Benedicto, si este respeto se hace realidad, este enfoque por un lado contextualizaría la importancia del medio ambiente, y al mismo tiempo, estimularía un deseo auténtico por la conservación del mismo.
La encíclica del Papa Benedicto XVI es un excelente ejemplo de lo que la doctrina y liderazgo católico puede ofrecer. Sirve como una brújula moral que alinea la lógica, las Sagradas Escrituras y la sana enseñanza de la Iglesia que nos guía a través de los problemas de nuestra época. La misma misión de la Iglesia es recordar al mundo lo que es superior, haciéndonos reflexionar sobre el efecto de nuestras acciones no sólo en el tiempo sino también en la eternidad. Los Papas de manera sistemática han hecho esto, al recordarnos el inherente e inestimable valor de la vida humana.
El Papa Benedicto XVI continúa con esta línea de pensamiento, señalando que el respeto por la vida humana debe estar en el núcleo de todo acto de desarrollo y es la medida final del progreso. En un mundo cada vez más globalizado, secularizado y materialista, sucede muy a menudo que uno no puede planteárselo.
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