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jueves, 3 de junio de 2010

Tendencia desordenada - Por Ricardo Sanchez Recio

La práctica de la homosexualidad no puede ser socialmente legitimada por ser contraria al orden natural. La aceptación de las personas no implica la de su estilo de vida.
Homosexualidad es la atracción sexual hacia personas del propio sexo. El Catecismo dice: "La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado". "Un numero apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba".
La homosexualidad, desde el punto de vista moral, siempre se ha considerado como una desviación sexual, ya que la tendencia normal del ser humano es heterosexual, donde se cumple la complementariedad psico-física y la transmisión de la vida, doble fin del acto sexual. Desde el punto de vista moral se distingue entre la tendencia, la atracción y la práctica. La sola tendencia o atracción no es pecado mientras se luche de corazón para evitar sus influencias y vivir la castidad. Se trata de una de las muchas desviaciones que sufre la naturaleza humana herida por el pecado original y que deben ser controladas con la ayuda de la gracia. La práctica de la homosexualidad, en cambio, es objetivamente pecado grave.
Dice el Catecismo: "Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados". Lo natural es que los varones sientan atracción sexual por las mujeres y lo mismo las mujeres por los varones. Este es el orden natural de la sexualidad. El Catecismo desaprueba el acto sexual no abierto a la vida. Por eso el Catecismo afirma que los actos homosexuales: "Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso".
El acto sexual conyugal entre varón y mujer, creado y establecido por Dios, tiene un doble fin esencial: es unitivo y procreativo a la vez. Al mismo tiempo que une a los esposos en cuerpo y alma "en una sola carne" o aspecto unitivo, también permite el encuentro de óvulo y espermatozoide, o sea, es procreativo (independientemente del momento de fertilidad-infertilidad de la mujer). Por lo tanto, la esencia del acto conyugal exige la penetración vaginal, la eyaculación y la permanencia del semen en la vagina. Entonces, el acto sexual es moral cuando permanece abierto a la vida. Por eso, cuando el hombre voluntariamente rompe el fin procreativo del acto sexual (anticoncepción, sexo anal, coito interrumpido, etc.) para dejar solamente el fin unitivo-amoroso del mismo, desnaturaliza o deshumaniza el acto sexual, volviéndolo ilícito. La "complementariedad afectiva y sexual" del acto sexual exige amor y apertura a la procreación.
Ahora bien, debemos distinguir entre el comportamiento y la persona. La Biblia enseña que Dios rechaza el pecado, pero ama a los pecadores, a quienes llama a la santidad. Por eso, si bien debemos rechazar los actos homosexuales, debemos también respetar y ayudar a las persona con este problema. Dice el Catecismo: "Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición". La práctica de la homosexualidad no puede ser socialmente legitimada por ser contraria al orden natural. La aceptación de las personas no implica la de su estilo de vida. Por ello no se debe reclamar la legitimación social y jurídica de estos actos, pues lesionan la naturalidad del acto sexual entre varón y mujer. La persona homosexual debe adquirir el dominio de su tendencia.
El Catecismo enseña que: "Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana". Todos somos hijos de Dios, y El "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad". Por eso, todos nosotros somos llamados a ser santos en Cristo. Todos, con la fuerza del Espíritu Santo y la poderosa intercesión de María Santísima, podemos y debemos vivir de acuerdo al plan del Creador, para que así lo glorifiquemos con nuestra vida y podamos vivir eternamente con El en el gozo infinito del Reino celestial.

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