Colin Mason, su esposa Sarah y sus hijos Damian y Gabriel
Cyril Connolly, conocido crítico literario y escritor inglés, solía decir que
"no hay enemigo más sombrío del buen arte que un cochecito de bebé en el
pasillo". Connolly, como tantas otras mentes presas de una mentalidad contraria
a la vida, no solamente sugería que las distracciones implícitas en la crianza
de un niño van a socavar el intento de un artista de crear, sino que los hijos
deben ser evitados en la medida que sea posible.
¿No es acaso lo mismo que piensan muchos de los que dirigen la política y la
economía en nuestros países para sustentar programas antinatalistas? ¿Es que los
niños se convierten en aquellos inhibidores de la productividad, de la
creatividad y de algunas otras virtudes que hacen de esta vida mejor?
Durante mucho tiempo tenía la intuición que Connolly se equivocaba al
contraponer los niños al arte. Por lo que me sorprendió gratamente ver mi punto
de vista confirmado por Frank Cottrell Boyce, un exitoso guionista británico,
novelista y actor. El artículo de Boyce, titulado “The Parent Trap: Art
After Children” (La Trampa de los Padres: El Arte Después los Hijos) fue
recientemente publicado en el periódico británico “The Guardian”. En
este artículo afirma que los niños lejos de impedir o destruir la creatividad de
un artista, en realidad son una ventaja para la creatividad:
“¿Qué es el “yo”, si no la suma de todas mis
relaciones y obligaciones? Un cliente, eso es. Cuanto más das, más eres. Piensa
en Chekhov, con sus pacientes y su multitud de parientes a su cargo, cuya sala
se convirtió en tal espacio público, que tuvo que pegar señales de no fumar. Su
consejo a los escritores jóvenes era “viaja en tercera clase.” El de Ralph Waldo
Emerson era “comprar zanahorias y nabos”…
Existe una creencia que para hacer un gran trabajo
se necesita tranquilidad y control, que la vida tiene que ser ordenada. Pero no
es así. La tranquilidad y el control proporcionan las mejores condiciones para
completar el trabajo que uno imaginó previamente. Pero, sin duda, el verdadero
truco es concebir el trabajo que nunca uno se hubiera imaginado. Los grandes
momentos de creatividad en nuestra historia son casi todas las historias de
distracción y de sueños, Arquímedes en el baño, Einstein sueña que va en un rayo
de sol,… de mentes alertas y abiertas a la gracia del caos.
Estoy totalmente de acuerdo con este argumento tan espectacularmente
articulado por Boyce. Los niños son distracciones del trabajo creativo, como
reconoce Boyce, pero son, en definitiva, el tipo correcto de distracciones. Los
niños ven cosas que nosotros no podemos ver, nos recuerdan de las verdades y
perspicacias que hace mucho pudimos haber olvidado. Y que las grandes ideas en
el mundo no se descubrieron mientras se meditaba de manera laboriosa, sino
mientras disfrutamos de los simples placeres y dolores de la vida.
De hecho, iría incluso más lejos que Boyce. Siendo yo mismo un padre de dos
niños pequeños, creo que los hijos en realidad aumentan la productividad de uno
en todo el sentido de la palabra. Tengo un recuerdo poderoso del momento en que
mi hijo mayor nació. Vino a este mundo, pequeño y rosadito, por cesárea.
Mientras que lo sostenía, bien envuelto, casi del tamaño de una pelota de fútbol
americano, mirándolo fijamente a sus ojos entornados y cerrados, pensaba: “Es
oficial. Es hora de que yo madure.”
Fui invadido por una combinación embriagadora de sentimientos. Una
incontenible sensación de asombro, sumados a una férrea determinación de cuidar
a este pequeño “paquete” de vida lo mejor que pudiera. Sabía que si fallaba en
ser un hombre, no habría nadie a quien culpar sino a mí mismo. Y también que si
no empezaba a lograr mis metas en la vida ahora, nunca lo haría.
Estoy seguro que cada nuevo padre que se precie de serlo, ha tenido una
experiencia parecida.
Los niños son una gran bendición para los adultos, no sólo por la alegría que
ellos proporcionan, sino el milagro y el increíble privilegio de cuidar un alma
joven. Los niños son también una bendición porque son una especie de reloj de
alarma viviente, diciéndonos que es hora de despertar y aprovechar el día. La
cadena de generaciones ha agregado otro enlace, el ciclo de la vida ha vuelto y
es hora de despabilarse. Los niños nos recuerdan, sólo con estar allí, que el
tiempo pasa inexorablemente y no podemos volver atrás.
Al recordarnos que somos mortales, los niños concentran la mente y nos
impulsan a cumplir con las tareas que tenemos por delante. Porque dado que no
tenemos todo el tiempo del mundo, es absolutamente crucial saber cómo vamos a
gastar el tiempo que tenemos.
Por esta razón los niños no son simplemente una gran ayuda para la
creatividad, muchas veces son, y en muchos sentidos, una bendición para la vida
misma (creatividad incluida).
¿Quién dice que los niños son la esperanza y el futuro del mundo?
¡¡¡ Son el corazón del presente!!!
La utopía negativa retratada en la película “Children of Men” (Hijos
de los Hombres) tiene razón, que un mundo sin niños es un mundo sin una razón
para vivir. Los niños por lo tanto no son solamente la siguiente generación.
Ellos son la sangre vital de la presente generación.
El hecho de que un niño nace y crece con tanta rapidez en madurez y
necesidades, exige una reorientación de nosotros mismos y de nuestras energías.
Requiere tomar decisiones acerca de lo que realmente es importante para
nosotros. La responsabilidad de criar a los hijos se traduce fácilmente en más
disciplina, más atención y una determinación de tener éxito en lo que
hacemos.
En otras palabras, los niños no sólo nos ayudan a ser creativos y
productivos. En muchos casos, de hecho, ellos son la razón principal de nuestro
éxito.
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