El diputado francés Jean Leonetti, presidente de la comisión parlamentaria que preparó la Ley sobre los derechos de los enfermos y el fin de la vida aprobada en 2005, opina sobre las iniciativas que defienden la eutanasia como un derecho a morir con dignidad.
Entrevistado por La Croix (29-10-2008), las respuestas de Leonetti, cuya carrera política no le ha impedido el ejercicio activo de su profesión de cardiólogo, quieren clarificar un debate muchas veces confuso.
Mientras que la Asociación por el Derecho a Morir con Dignidad (ADMD) presenta la eutanasia como un acto de valentía y de libertad, Leonetti observa que “no se trata de situaciones de libertad: los que piden morir lo hacen porque sufren enormemente o porque se sienten abandonados”. Dicho de otra forma, “estas personas están entre la ‘elección’ de vivir en un callejón sin salida o de huir hacia la muerte: esto no es lo que yo llamo libertad. Libertad sería la de poder cambiar de opinión, pero la eutanasia es irreversible. Una cifra resulta reveladora en este aspecto: tres de cada cuatro personas que intentan suicidarse y se salvan, no reinciden”.
Advirtiendo contra la “estafa” que supone este tipo de reivindicaciones, Leonetti distingue entre dos tipos de situaciones. Por una parte está la situación del paciente terminal, cuando al enfermo solo le quedan unos pocos días o semanas de vida. En este caso, la ley francesa de 2005 sobre el fin de la vida responde a prácticamente todas las situaciones (cfr. Aceprensa 46/05).
“Si la persona sufre –explica Leonetti–, pueden aumentarse las dosis de medicamentos, incluso aunque esto implique el efecto secundario de abreviar la vida. Se puede también dormirla con la ayuda de sedantes, o detener, si ella lo pide, un tratamiento que la mantenga viva artificialmente. La ley dice también que, en tales circunstancias, la calidad de la vida prima sobre su duración. En resumen, la legalización de la eutanasia resulta inútil en este supuesto”.
Cuando la muerte no es inminente
Otra segunda situación se da en casos de enfermedad grave e incurable, pero sin que la muerte resulte inminente, como ocurrió con Chantal Sébire (enferma francesa de cáncer que solicitó la eutanasia: cfr. Aceprensa 33/08).
El diputado aclara: “Se trata de una situación en la que la persona reivindica su derecho a morir diciendo: ‘es mi elección, mi libertad, quiero morir, ayúdeme a hacerlo’. En esta hipótesis la persona puede suicidarse; es un ‘derecho libertad’, pero no es un derecho que pueda exigir ante la sociedad. En otras palabras, la sociedad no tiene que asumir ese gesto por ella. Chantal Sébire se suicidó, fue su elección personal respetable, pero la sociedad no tenía que erigirla en ley”.
Frente al argumento según el cual, al dejar que las personas se las arreglen como puedan para suicidarse, se las priva de una muerte tranquila, Leonetti responde:
“Seamos sinceros: con Internet, quienes quieran matarse sin brutalidad encuentran los medios. Además, según se ha visto durante los trabajos de la misión parlamentaria, mientras no haya provocación, ni incitación, ni manipulación, la asistencia al suicidio no es penalmente reprensible en Francia. En cierta manera, la excepción de eutanasia, sobre la que mucho se ha hablado tras el asunto de Sébire, existe ya de hecho: si en unas circunstancias completamente particulares hay trasgresión, y el autor la asume y rinde cuenta por ello ante el juez, éste instruirá, verificará y dará por terminado el asunto si comprueba que ha sido la solución menos mala”.
Eutanasia y opinión pública
Ante la posibilidad de que la opinión pública se adscriba al discurso favorable a la eutanasia por su supuesta “modernidad”, Leonetti señala que, en casos como el de Sébire, “por un lado estaba la simplicidad de la emoción y de la imagen del dolor; frente a ello, un razonamiento que acepta la complejidad de una situación particular. Pero la imagen es más fuerte que la razón”.
Sin embargo, advierte que en nuestra sociedad discurren actualmente dos grandes movimientos: “de una parte, una demanda individual cada vez más fuerte, donde la reivindicación de cada cual se vive como un derecho; de la otra, una búsqueda de sentido: sentido de la vida, de la solidaridad, de la vinculación. No hay que subestimar este segundo movimiento, que es muy profundo”.
“La eutanasia podría efectivamente aparecer como legítima si no hubiera respuesta para los sufrimientos atroces. La defensa de la eutanasia podría parecer moderna, pero con el desarrollo de los cuidados paliativos ya no lo es. El ‘ocuparse de otro’ es la verdadera actitud moderna. Es falso afirmar, como lo hace la ADMD, que los dos sistemas pueden coexistir. En realidad son incompatibles porque remiten a valores radicalmente distintos”.
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