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miércoles, 12 de noviembre de 2008

"Miedo" - Enviado desde España por Luis Olmedo Fernández

Son muchos los acontecimientos pequeños y grandes que diariamente observamos con perplejidad y temor. Las noticias que nos llegan en los telediarios y medios de información son para no verlas en su gran mayoría. Muertes, sucesos luctuosos, crisis financiera (solamente financiera)... además con una abundante dosis de morbo en cuanto a sucesos relacionados con la llamada ‘violencia de genero’, asaltos a niños, cualquier cosa relacionada con catástrofes naturales. No tenemos mas que ver algún que otro periódico o resumen de noticias para darnos cuenta que esto es objetivamente lo que nos están inoculando.
El tiempo dedicado en los telediarios de nuestro país al apartado ‘sucesos’ en los que se entra a saco en estos aspectos es cada vez mayor, ocupando en muchos casos mas de la mitad del tiempo.
Inquietud, temor, sensación de impotencia, a veces incluso ya cierta indiferencia. Estas son las sensaciones que le quedan a uno después de escuchar a diario este tipo de noticias. Lo peor es que encima en la mayor parte de los casos, por no decir todos, nadie puede hacer nada por evitar que ocurra lo que ocurre. Depositamos toda la esperanza en los gobiernos de turno que tienen el ‘deber’ de encontrar las soluciones adecuadas y sin embargo no solo no se encuentran soluciones sino que los problemas empeoran.
Esta proliferación de alarmismo la empecé a ver hace años con el tema del famoso ‘agujero de ozono’. Tema vital en su momento. Si comprabas un frigorífico o un desodorante que llevara CFC’s (gases clorofluorcarbonados) te convertías automáticamente en un canalla insolidario y eras reo de cualquier cosa. Mientras, los gases vertidos a la atmósfera por las grandes industrias seguían saliendo de las chimeneas de las fabricas como si nada, pero tu tenias que andar teniendo cuidado de lo que hacías. El agujero de ozono amenazaba la vida en la tierra y nos íbamos a freír como pollitos en poco tiempo. Pero hete aquí que el agujero se cerro, o casi, y alguien decidió que ya no era el momento de seguir hablando del tema. Como ensayo de alarma no estuvo mal.
Luego vino Al Gore con su famoso documental (vigente) del cambio climático y el catastrofismo asociado. Tan importante es el tema que se ha querido imponer en las escuelas de no pocos países. Sin embargo, en Reino Unido se ha prohibido la divulgación escolar por los no pocos errores científicos en fondo y forma que contiene. Ya el Cardenal Pell (Sydney) advirtió el año pasado, con argumentos también científicos que no admitían discusión por su objetividad., contra este alarmismo ficticio basado en una interpretación científica tergiversada y en una manipulación descarada de imágenes y acontecimientos.
Ahora nos ahoga la crisis mundial, el terrorismo, la delincuencia... es una gran bola que se autogestiona y retroalimenta. Todo, por supuesto, ceñido al ámbito material que es el que más nos duele.
Todo este batiburrillo en el que estamos nos debe hacer reflexionar un poco sobre lo que le pasa a este mundo, a nuestra sociedad, a nuestras familias y a nosotros mismos. Es tremendamente curioso que durante días y días no se hable de otra cosa que de la enorme crisis económica y financiera, que se va a solucionar inyectando una barbaridad de dinero a no-se-sabe-donde con el acuerdo de casi todos. Y surgen los nuevos profetas que inventan pseudo-mandamientos que hay que seguir al pie de la letra si no quieres convertirte en un proto-delincuente. Las cosas se convierten en buenas si hay leyes que las hacen buenas sin dejar obstáculos para que sean malas si las dejan de contemplar en otro momento. Se destruye el marco objetivo y se destruye el valor de lo que hacemos ya que lo que hoy esta bien mañana puede estar mal, prostituyéndose así el valor de la verdad. Así, la perversión horrorosa del aborto, por ejemplo, se puede llegar a convertir en ¡un derecho humano!. ¡Ay de aquel que no lo reconozca así!
Pareciera que hay un guión bien orquestado para conseguir el desconcierto y el pánico general en lo pequeño y en lo grande, en lo personal y en lo social.
La consecuencia directa de todo esto es que paulatinamente perdemos el juicio objetivo de lo que nos rodea y nos sumergimos en una maraña llena de subjetivismo y miedo ante lo que nos rodea. Y es que hay muchos de estos temas que nos tocan directamente y es normal que nos inquieten, pero dentro de un orden y con la Providencia del Señor en el fondo. Si no es con esta óptica caeremos sin duda en el pánico y la desesperación.
Desde mi humilde punto de vista el temor, el miedo, es una de las características más notables de lo sociedad en que vivimos. La cantidad de información que recibimos, imposible de procesar de forma adecuada por lo excesiva y la falta de filtros adecuados, nos lleva de acá para allá sin darnos tiempo de interiorizar todo aquello que recibimos y nos imposibilita un adecuado discernimiento a la luz del Señor.
La consecuencia inmediata ya la describía San Pablo: “Por miedo a la muerte entramos en el pecado” (Hb. 2, 15). Pudiera parecer que una cosa no tiene que ver con la otra. ¿Qué tiene que ver el pecado en todo esto? Pues resulta que tiene mucho que ver.
El miedo nos hace desconfiar de Dios (que esta allí, ‘viendo el partido en el palco’) y confiar de forma desordenada en los hombres. La Providencia no existe de facto, el servicio a Dios es por tanto inútil y perdemos la óptica trascendente. La consecuencia de estos pocos pero importantes aspectos es la separación del hombre y la sociedad del Señor. El Príncipe de las Tinieblas tiene entonces el campo llano para entrar y destruir lo que encuentre en pie en el mundo y en cada uno de nosotros.
Imprescindible, magistral e inspirada la descripción que hace San Ignacio en la meditación de ‘Las dos banderas’ cuando presenta los dos bandos en lucha (Ejercicios Espirituales, números 136-147). Por un lado el demonio en su trono rodeado de humo echando cadenas muchas veces imperceptibles para esclavizarnos. Por otro el Señor en un ambiente de paz enviando a los discípulos a evangelizar. Recomiendo leer estos breves pasajes y analizar los acontecimientos que nos rodean con esta luz, analizando este ‘humo’ y estas ‘cadenas’ que nos quiere imponer dentro y fuera de nosotros.
Durante la vida pública de Cristo se repiten con insistencia las palabras “no temáis, soy yo”. Varias veces en los evangelios aparece esta forma de presentación del Señor.
Jesucristo, Rey del mundo, no es ajeno a nuestros sufrimientos e inquietudes. El también sintió miedo en el huerto de los olivos. Sin embargo no se dejo engañar y atrapar por este miedo y se agarro con todas sus fuerzas al Padre en la oración agónica. Y en su aparente fracaso, triunfó. La Virgen Madre no esta en el cielo mirando a otro lado. Ella meditaba en su corazón los acontecimientos que vivía, los buenos y los malos.
No creo que viendo morir a su Hijo torturado con crueldad estuviera desesperada, no creo que dejara de confiar en medio del sufrimiento extremo.
Ellos nos cuidan y protegen y quieren estar implicados en nuestros problemas si les dejamos.
La pregunta del millón es ¿cómo podemos abordar toda la problemática que nos rodea y que nos afecta directamente desde el punto de vista del Señor?. Primero con un análisis certero. Después, solo después, con acción eficaz.
El análisis parte de la premisa de la Fe. Si el miedo es fruto del Maligno, hay que huir de él. Tenemos la responsabilidad de alumbrar las oscuridades de nuestro mundo con la luz del Señor y confiar siempre en todo momento en Dios, Padre Providente. La Providencia de Dios no solo se limita a la solución de los problemas, sino en su presencia con nosotros en medio de ellos aunque no tengan un aparente ‘final feliz’. Cristo no tuvo ese ‘final feliz’ en el Calvario pudiendo tenerlo y sin embargo Dios fue providente en medio del fracaso aparente.
Sobre el tema de la Providencia Divina me remito al análisis iluminador que de ella hacen los padres José Rivera y José María Iraburu en su obra “Síntesis de Espiritualidad Católica”, primera parte capítulo 2, en el que ponen de manifiesto la Providencia universal de Dios Padre en lo grande y en lo pequeño, en lo aparentemente bueno y en lo aparentemente malo.
La acción eficaz empieza en casa, en nosotros mismos, pegándonos al Señor con todo el corazón para que así vernos libres del temor y alcanzar libertad interior. Comunicando esta libertad a nuestras familias e iluminando los acontecimientos desde la Fe. Renovando las estructuras sociales en la medida que podamos para re-orientar la sociedad hacia el Señor, deber de justicia para con Él por otro lado. Cuantas personas llenas de fe podrían dejarse la piel por la construcción social de un mundo cara a Cristo, cuantas ideas y obras podrían aportar. Cuantos canales se podrían crear para poner el mundo a los pies del Señor y evitar tanta ofensa y desprecio. Cuántos profesionales en todos los ámbitos (economía, medicina, leyes, política, periodismo...) son necesarios para procurar que Cristo esté presente en todos, en muchos.
La Fe sin obras es fe muerta (Santiago 2, 26). Si nos conformamos solamente con ir a misa, aun con asiduidad, a recibir algún otro sacramento de vez en cuando, sin consecuencias reales en nuestra vida y en la de los demás, estaremos dejando a Cristo recluido en un margen de nuestra vida y no tendrá la trascendencia para otros que Él desea.
Así pues, nos toca reflexionar sobre nuestras actitudes concretas frente al mal que nos rodea y tomar alguna decisión de la mano del Señor. En palabras de Agustín de Hipona, “Dios que te ha creado sin ti no te va a salvar sin ti”. Cooperar en nuestra salvación implica necesariamente cooperar con el Señor en la salvación del mundo, en su liberación del miedo, del pecado y de la muerte.
Y que el Señor nos ilumine para conocer lo que El desea de nosotros en orden a este fin y fuerza para seguir su inspiración.
Y nos conceda por su entrañable misericordia que libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia en Su presencia todos nuestros días.

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