ROMA, domingo, 28 septiembre 2008 (ZENIT.org).- Desde las páginas del diario vaticano "Osservatore Romano", un artículo firmado por Lucetta Scaraffia ha reabierto una cuestión que periódicamente suscita discusiones y perplejidad: la declaración de muerte de una persona humana.
Para responder a este interrogante, Zenit ha recogido declaraciones de la doctora Chiara Mantovani, presidenta de la Asociación de Médicos Católicos Italianos (AMCI) de Ferrara, Italia.
En primer lugar, la doctora Mantovani afirma la necesidad de aclarar los términos usados.
Según la experta italiana, el término "muerte cerebral" es "una expresión errada, dañina, desviada" pero lamentablemente demasiado usada como sinónimo de "muerte encefálica" que es otra cuestión. "Para dar una idea aproximada, es como si dijéramos que dormir profundamente es como estar muerto", explica.
En cambio, por "muerte encefálica" se entiende "el silencio eléctrico (la ausencia total, repetidamente registrada, de toda actividad en la corteza cerebral, en el puente y en el bulbo: todo el encéfalo) de toda estructura encargada de generar y coordinar cualquier otra actividad del cuerpo".
Ya de esta definición genérica, explica la doctora Mantovani, se puede comprender que "alguien que parece muerto pero respira por sí solo y su corazón palpita con autonomía no está muerto". Lo que sucede, añade, "es que una parte del encéfalo está dañada pero no todo: lo que regula el corazón y los pulmones funciona".
La doctora prefiere no entrar en el argumento de si la vida de esta persona sea o no digna, inútil, insoportable. "Estas son valoraciones diversas de la simple constatación de que la vida no ha abandonado ese cuerpo", afirma.
¿Cómo establecer la muerte?, se pregunta. "Detectando el cese de las funciones que conocemos necesarias para la vida: respiración y circulación", responde. Y aclara que debe ser un cese, no una interrupción temporal y breve. Esta interrupción puede ser de un cuarto de hora en un adulto y de media hora en un niño. Sin oxígeno, el corazón deja de funcionar y el cerebro (todo el cerebro) se daña y no puede cumplir su función de coordinación de las funciones vitales.
La doctora aclara que los términos "coma" y "estado vegetativo" no son equivalentes a la muerte encefálica, es decir "el estado en el que, por lo que sabemos hasta ahora, la capacidad de realizar los procesos vitales ha desaparecido".
Y afirma que hoy en Italia la ley permite la extracción de órganos sólo en el caso de muerte confirmada con criterios neurológicos que definan un cuadro de muerte encefálica y no cerebral. Es decir, "el electroencefalograma plano no es todavía muerte encefálica, no se extirpan los órganos si los centros profundos bulbares dan aún signo de actividad eléctrica".
En este sentido explica que los cuidados médicos de ayuda a la circulación y respiración para mantener el necesario aporte de oxígeno se hace durante el tiempo necesario "para la constatación rigurosa de los criterios de muerte encefálica. Habría que hacer entender que es precisamente un mecanismo de seguridad para constatar que no nos hemos equivocado, que no ha habido un fallo en un registro dando resultados erróneos".
La experta afirma que no se trata de un problema "católico": "Los teólogos católicos expresan posturas coherentes con la teología partiendo de los datos de razón proporcionados por otras disciplinas". En el caso de un paciente anencefálico, aclara, "debería ser controlado en aquella parte de encéfalo que conserva y sólo ser declarado muerto cuando llega el silencio eléctrico". Justo en este caso-límite, se aplica toda la prudencia señalada anteriormente.
La doctora comenta otra afirmación muy extendida que califica de "sorprendente", según la cual, el problema de los trasplantes no se resuelve con una definición médico-científica de la muerte sino a través de la elaboración de criterios ética y jurídicamente sostenibles y compartidos.
Una tal afirmación, según la doctora Mantovani, es "una invitación a prescindir de los hechos". Y se pregunta: "¿Qué puede apoyar legítimamente el juicio sino el conocimiento del hecho, en la medida en que es posible a la razón y a la experiencia?".
Si se prescinde de los hechos, se pregunta la experta, "¿la verdad donde apoyar el juicio debería derivar del acuerdo sobre lo que es justo? ¿Sometemos a votación los criterios de constatación de la muerte?".
Tratar de elaborar criterios ética y jurídicamente compartidos es especialmente complicado, explica la doctora Mantovani.
"El problema ético --afirma-- tiene una (aparente) simple solución: se dispone con respeto del cadáver, se trata con respeto al viviente. Me parece superfluo detenerme en la diferencia entre ‘disponer' y ‘tratar'".
"La naturaleza de cosa, aunque noble, del cuerpo muerto corresponde a la sustancia cadavérica; la naturaleza de persona del cuerpo viviente corresponde a la sustancia del ser. La ética respecto a la una y la otra se aplica cuando reciben un tratamiento adecuado a su respectiva naturaleza", puntualiza.
En cambio el problema jurídico --indica-- es más complejo porque se trata de traducir a la práctica normas válidas para cada situación: "En un panorama ético y social dividido, y más todavía, fragmentado, como el moderno, esta es una operación cada vez más compleja. Pero si también la legislación se aleja de la concreción del dato conocido y honestamente reconocido, y se cae en la trampa de la concertación, entonces no sé imaginar qué posibilidad puede tener la ética de encontrar un fundamento común", concluye.