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lunes, 24 de octubre de 2011

Mis dos embarazos no planificados me empujaron hasta el límite, pero nunca me arrepentiré de haber elegido la vida - notifam.net


Por Lindsey Roberts
21 de octubre 2011 (Notifam) – Al navegar por la Facebook, vi un enlace a un artículo llamado “Madre: abortar a mi hijo me hizo mejor madre”. Si yo pudiera utilizar una palabra para describir como me sentí después de leerlo, sería triste. Completamente triste. La imagen del coágulo que sale de Ann y saber lo que es coágulo contenía en realidad. Saber que a las 6 semanas ese coágulo tenía una creación diminuta dentro de él – sus ojos estaban empezando a formarse, el cabello imponiéndose, él/ella podía moverse, los rasgos faciales estaban empezando a desarrollarse junto con todos los órganos esenciales. El coágulo del que ella se sintió tan aliviada al evacuarlo podía llegar a ser el futuro madre, padre, maestro, médico, filántropo, la mejor amiga, hermana o hermano. Mi respuesta a la historia de Ann no tiene la intención de condenarla, sino compartir el otro lado de esta circunstancia dolorosa que altera la vida.
Yo tenía 18 años de edad. Acababa de atravesar mi etapa de graduación de la escuela secundaria. Yo tenía solicitudes de todas mis universidades favoritas. ¡Yo estaba en la cima del mundo! Dos semanas más tarde, yo estaba en el cuarto de baño en casa de mi padre a punto de tomar una ducha. Fue una decisión casual hacerme una prueba de embarazo. Yo no pensaba que estaba realmente embarazada, pero mi novio y yo eran sexualmente activos, y era tarde para mi ciclo. Me decidí a hacerme la prueba, por si acaso. Me metí en la ducha, me lavé el cabello, lo hice y allí estaba: dos líneas. Positivo. Mi corazón se derrumbó. En realidad, todo mi cuerpo cayó al suelo. Yo lloraba y lloraba y lloraba y rogaba a Dios (al igual que lo hizo Ann) para que esto no fuese cierto. “Por favor, que sea negativo. Por favor, que esté equivocado. Por favor, oh por favor, oh por favor”.
Llamé a mi novio. Cuando llegó, yo estaba en una bola en la parte superior de las escaleras de mis padres. Entró y subió corriendo las escaleras. “¿Qué pasa? ¿Algo está mal? ¡Habla conmigo!”. Saqué la prueba del férreo control de mi mano y dijo: “¡Oh, no. No, no, no”. Después de recuperar la compostura, me aseguró que “todo iría bien”. Yo sólo lloraba. Pensé en todas las cosas que ya no sería capaz de hacer, todos los planes que tenía, lo que mi familia podría pensar… Me parecía tan imposible. El miedo me paralizaba con cada nuevo pensamiento, pregunta y posibilidad.
Cuando Michael y yo hablamos más él dejó en claro que no apoyaría una decisión que implicara un aborto. Al mismo tiempo, otros nos decían cosas como “Lindsey, siempre piensas en los demás, ahora debes pensar en ti misma”. Lo que ellos querían decir era que me hiciera un aborto. Yo tenía otros amigos que me ofrecieron llevarme ellos mismos a la clínica. Todo esto sonaba muy tentador para una vulnerable y asustada niña de 18 años de edad. Todo esto podría desaparecer. Yo podría ir a la universidad según lo previsto; podría volver a la vida de una niña normal de 18 años de edad y nadie, excepto unos pocos amigos íntimos y Michael, sabría que esto había ocurrido. Pero había una voz diferente en todo eso.
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Uno de mis mejores amigas conocía en la ciudad un centro para embarazos en crisis. Ella sabía que yo necesitaba alguna orientación. Mi mente deambulaba por todas partes y el miedo me estaba dominando. Fui al centro y encontré una dulce señora, que me aconsejó. Me habló de todas mis opciones. Después de escucharla, yo sabía que por más “conveniente” que pareciera, yo no podía acabar con la vida de este niño para resolver mis propios miedos y planes.
El director del centro y mi consejera se comprometieron a apoyarme y ayudarme a través de las cosas. Acepté que la vida no había terminado, que sólo iba a ser muy diferente de lo que había previsto. Me senté con mis padres y les conté. Lloré, y lloré un poco más. Yo sabía que los había decepcionado, pero ellos todavía me amaban. Yo no entendía cómo todavía me amaban, pero ahora que soy madre lo entiendo perfectamente. Fui a clases de parto y nacimiento en el centro y ellos me ayudaron a explorar mis dos opciones: la paternidad o la adopción. El centro me puso en contacto con una agencia de adopción abierta en mi Estado natal y yo pasé los meses siguientes consumida por esta decisión.
Recapitular los 7 meses de recorrido del proceso de adopción era angustiante. Cuanto más veía el valor de esta vida que crecía dentro de mí, mayor era la presión para tomar la decisión correcta. Me pasaba días y noches con los dos libros que la agencia me envió: “Is Adoption Right for Me?” [¿La adopción es adecuada para mí?] y  “Is Parenting Right for Me?” [¿La paternidad es adecuada para mí?]. Cada una de las preguntas me obligó a pensar en dónde estaría yo en un año, en dos o en diez.
Si yo elegía la adopción, ¿iba a querer verlo antes de decir adiós? ¿Me gustaría tener contacto con los padres adoptivos? Si yo lo criaba, ¿cómo podría yo proveer para nuestras necesidades? ¿Qué sería de nuestro presupuesto? ¿Cómo podría terminar la escuela? Las preguntas a ambos lados envolvieron cada segundo de cada día. Imaginaba mis rutinas de cada día con mi bebé presente en ellas, luego imaginaba mis rutinas sin él, pero sabiendo que estaba con una familia maravillosa.
Era un día fresco de octubre. Yo estaba sentada discutiendo el tema con mis padres, a cuatro meses de dar a luz y todavía no había tomado una decisión final. Esa mañana la agencia de adopción me envió un paquete de perfiles de familias adoptivas. Recé así antes de abrirlo: “Dios, si los padres para mi hijo están en esta pila, por favor, muéstramelo”. Respiré profundamente y comencé a leer los perfiles. Página tras página, una historia tras otra y fotografía tras fotografía mostraban el deseo intenso de estas parejas de tener hijos. Todas eran tan preciosas. Todas estaban tan dispuestas a abrir sus corazones y hogares a un niño. Eso, en sí mismo, fue un gran peso en mi corazón.
Tú eliges lo que vas a usar en el día. Tú eliges lo que quiere comer para la cena. No se supone que tú eliges los padres de tu hijo. Esto rompía el corazón. Después de desplazarme de un lado a otro, me detuve en una pareja que me había impactado. “Es ésta”, pensé. Envié un correo electrónico a la agencia y le comuniqué mi decisión. Durante los siguientes meses, escribí a mi hijo cartas que enviaría con él desde el hospital.
Después de escribir una entrada para él en mi diario, la página siguiente contenía un presupuesto sobre cómo podría hacer que las cosas funcionaran para ser madre de él: cuánto pagaría por servicios de guardería así podía terminar la universidad; una lista de opciones dónde podríamos vivir; cómo podría yo pagar deudas para facilitar las cosas. Yo tenía un conflicto muy grande.
Así como las opiniones giraban en torno a que me hiciera un aborto temprano, las opiniones giraban en torno a la entrega de mi hijo en adopción. Algunos decían: “¿Cómo podría alejar a tu hijo?”. Otros me enviaron cartas privadas, pidiéndome que considerara a sus amigos como padres adoptivos. Pero otros dijeron que yo era egoísta por considerar hacerme cargo de mi hijo cuando yo no estaba casada. Tanto más cerca estaba de conservar a mi hijo, tanto mayor era la presión. Fui a un consejero, hablé con mis padres y recé. Recé y recé.
El 14 de febrero del 2003 tuve a mi hijo. Elegí levantarlo y besarlo antes de decir “adiós”. Yo no quería tener nada que lamentar. Cuando sostuve a mi bebé, yo sollozaba. Mi mamá me acarició la cabeza y trató de contener su propio dolor para poder consolarme. Michael tuvo que salir de la habitación cuando toda esta situación se volvió insoportable para él de manejar, tal como lo hizo la mayor parte de mi familia y la suya.
Le entregué a mi bebé a la enfermera y me llevaron a una habitación privada. Allí me senté y quedé a oscuras, mirando al techo. Yo no podía dejar de llorar. No podía imaginar mi vida sin este niño. ¿Cómo en el mundo tendría yo alguna vez la fuerza para decir “adiós”, y mucho menos volver a una vida normal? Nada en mi vida volvería a ser normal de nuevo.
Las idas y vueltas me estaban destrozando. Le pedí a mi médica que por favor no me diera el alta todavía. Ella me dio una noche más en el hospital para pensar. Esa noche me acosté en mi cama. Todas las luces estaban apagadas y con un estallido incontrolable de emoción, me agarré a la barandilla de la cama, la sacudí y grité con los dientes bien apretados. Nunca había experimentado un dolor como éste así y espero no volver a sentirlo. Era insoportable.
La directora del Centro para Embarazos en Crisis me vino a ver. Se había convertido en una fiel amiga durante esos meses y sabía cuán desgarrada estaba. Yo estaba sentada en la habitación del hospital con ella, mi mamá y mi bebé. Yo lo sostenía y no podía apartar mis ojos de él. Su pequeña manta estaba cada vez más mojada de lágrimas. Susan dijo: “Lindsey – dile a Dios que sabes que éste es primero su bebé y que confías en Él con la vida de tu hijo”. Apenas pude pronunciar las palabras, pero recé esa oración. Unos momentos más tarde, levanté la vista y dije las mismas palabras que hablé cuando me enteré que estaba embarazada: “No puedo hacer esto. No puedo”. Yo no podía pasar toda una vida separada de este niño y haría lo que fuera necesario para ser absolutamente la mejor madre que podía ser. Yo sacrificaría la vida social, la experiencia de la universidad, y todo lo que tuviese que hacer, con el fin de ser la única madre de este niño.
Llamé a la agencia de adopción y lloré cuando yo les dije que había cambiado de opinión. Yo sabía que esto significaba que la preciosa pareja que yo había elegido ahora tendría que esperar un poco más. Yo quería que esta pareja  experimentara la paternidad, casi tanto como yo no podía dejar ir a mi hijo. La agencia me aseguró que yo no tenía por qué sentirme culpable y esta pareja no había sido informado de la posibilidad de tener a mi hijo. Eso me dio un algo de consuelo.
Las mujeres en el Centro para Embarazos en Crisis, la familia y los amigos cercanos se aliaron para ayudarme a conseguir las cosas básicas que yo necesitaría al dejar el hospital – ¡lo más importante, un asiento para el coche! Salí del hospital sintiendo que tenía el mejor regalo de Navidad en el mundo y extasiada como una niña, me dije: “¿Tengo que mantener esto? ¿Y tengo que mantenerlo para siempre?”. Prometí ese día someter todo otro sueño, objetivo y ambición que yo tuviera al sueño, objetivo y ambición que tenía que ser una buena madre.
Atravesar las puertas en el Centro de Recursos de la Mujer fue el catalizador de todo lo que había sucedido desde que me enteré que estaba embarazada. Había ángeles en la Tierra para mi hijo y para mí. En la historia de Ann, ella compartió que estaba tan contenta que no estuvieran esos “locos pro-vida” en la clínica, esperando para gritarle a ella, porque ella estaba preparada para preguntarles si ellos serían los únicos para ver a su bebé mientras ella iba a la escuela o si serían los únicos para obtener sus alimentos y darle a ella un trabajo. Al responder a la pregunta de Ana, que ella nunca llegó a preguntar: Sí, ellos lo harían. Hay algunos que “defienden la vida”, con pancartas y gritando porque ven cuán desesperada es la necesidad de lograrlo antes que esta vida sea destruida. Yo personalmente no estoy de acuerdo con esta ruta, pero entiendo la desesperación. Luego están los partidarios calmos y pacíficos de la vida y las mujeres que prometen sostener tu mano a lo largo del embarazo y atender cualquier necesidad que puedas tener. Ellos están allí para fortalecer la vida interior y para la mujer que tiene que recorrer este difícil camino. Por eso sí, Ana, yo creo (y personalmente sé) que hay gente ahí a la que tendrías que haber ayudado.
Embarazada de nuevo
Durante los siguientes 3 años, Michael y yo pasamos por un montón de cosas. Parte de mi compromiso de ser una buena madre fue dar a mi hijo a una familia que fuese entera y completa, no una familia rota. En medio del esfuerzo por tratar que esto suceda, además de descubrir muchas cosas sobre una vida separada que Michael estaba viviendo, me enteré que estaba embarazada de nuevo. Quizás éste es el punto de mi historia que se parece más a la de Ann. Yo ya tenía un hijo. Yo ya estaba con un presupuesto apretado. Sólo tenía 22 años, y ya estaba retrasada en la universidad. Y ahora yo estaba muy insegura respecto a mi futuro con Michael. La primera persona a la que se lo dije sugirió inmediatamente un aborto. No preguntó nada, tampoco debatió ni argumentó. Fue cortante, seco y claro para ella ese día. Pero yo sabía, ahora sabía que lo que destruiría no era sólo un “grupo de células”, o simplemente un “coágulo de sangre”, lo que yo destruiría era el hermano o hermana de mi hijo. No había manera que yo que pudiera hacer eso.
Lamentablemente, ahora estoy divorciada y criando a los niños por mi cuenta. Nunca fue lo que yo quería para mi familia. Éste es un escenario que yo temía cuando estaba embarazada y es un escenario que la comunidad a favor del aborto podría utilizar para justificar un aborto: ¿Qué clase de vida tendría un niño en esta situación? Para responder yo diría: ¿Qué clase de vida estos niños habrían perdido en caso que no estuvieran todavía aquí? Las colinas que hemos bajado juntos, las playas en las que hemos jugado, los logros en la escuela, las fiestas de cumpleaños… todos tenemos partes en la historia de nuestra vida que nos gustaría que hubiesen sido diferentes. Yo diría que incluso más importante que nuestras circunstancias es cómo nos adaptamos a ellas, cómo crecemos a través de ellas y las lecciones que aprendemos a través de ellas. Sabemos que la gente nos defraudará y a veces nos lastimará. Yo diría que una vida llena de amor y alegría, a pesar de las situaciones que podemos desear cambiar, es mejor que ninguna vida en absoluto. Yo diría que creo en el poder de Dios, para ayudarnos a superar y soportar ni siquiera la más desesperada de las circunstancias.
Cuatro años después, aquí estoy. Terminé la universidad y ahora soy maestra de 2º grado. No logré “ir” a la escuela, tuve que quedarme en la ciudad donde estaba la familia. No tuve que salir de inmediato por mi cuenta. Tuve que esperar mi turno y ganar dinero cómo pudiera. He tenido problemas financieros y estoy, hasta este mismo día, con uno de los presupuestos más ajustados de todos los que conozco. No tenemos televisión por cable y soy una “loca por los cupones” (como dice mi hijo). No comemos mucho ni tampoco gastamos en vacaciones, pero disfrutamos de las cosas simples como los días de playa, haciendo juntos pizzas caseras y pasamos noches de cine familiar en casa. Tengo que empacar cajas de comida para mis hijos, con pequeñas notas que dicen: “Te amo. ¡Qué tengas un gran día!”, “Eres muy especial-¡Qué tengas el mejor día de tu vida!”. Los veo luchar y que se quedan dormidos en la misma cama. Los separo cuando se pelean y los ayudo cuando se caen de sus bicicletas. ¡Los ayudo con los deberes de la escuela y los hago rehacer todo cuando se equivocan en una prueba! Llego a escuchar las palabras “Mamá, te quiero HASTA la cima de las nubes del cielo!”.
Esto es todo lo valioso que tengo para renunciar. Vale la pena el presupuesto ajustado. Vale la pena el esfuerzo. Vale la pena el cansancio a la hora de dormir, las bolsas bajo mis ojos, la vida social que no tengo y el coche que es un desastre. Mi vida con dos hijos que no tenía planeado tener es mucho más grande que cualquier tipo de vida que podría haber tenido sin ellos.
Esta historia no es sólo una historia de lo que fue mejor para mí. Esta es una historia que puede ser lo mejor para cualquiera. Es una historia de redención, perseverancia y coraje. Es una historia que salvó la vida de dos niños inteligentes, vivaces, amados, hermosos y alegres. Es una historia que me expuso a la dolorosa, pero hermosa, decisión de la adopción. Podría haber sido la historia de Ann. Podría ser la historia de sus vecinos, la historia de sus hijas y la historia de sus amigos.
Creo que las mujeres tenemos lo que se necesita para hacer frente incluso a las circunstancias más difíciles y aparentemente irremediables. Ellas no tienen que minimizar su capacidad para soportar esto y aferrarse con tanta fuerza a un plan que tenía en mente para sus vidas. Deseo que Ann hubiera sabido entonces que las cosas no habrían sido tan malas como ella había imaginado. Como cuestión de hecho, podrían haber sido inclusive mejor de lo que ella podría haber imaginado.
Amen, apoyen y estimulen a las “Ann” y “Lindsey” que están a su alrededor. Ustedes nunca saben la enorme diferencia que podría hacer en sus historias de vida.
~ Lindsey
Reproducido con permiso de Acción Pro-vida en Vivo en los Estados Unidos de América LiveAction.org)

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