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viernes, 22 de agosto de 2008

Apuntes sobre la mujer en el XX aniversario de la publicación de la carta Mulieris Dignitatem

Por José Ignacio Martín - martinji@legionaries.org
Veinte años atrás, el siervo de Dios Juan Pablo II publicó su Carta Apostólica sobre la dignidad y la vocación de la mujer -Mulieris Dignitatem, MD-. Esta circunstancia me invita a dedicar amplio tiempo y espacio para desempolvar juntos algunas de las consignas que dejó en aquel Año Mariano. Porque: si conocieras el don de Dios (cfr. Jn 4, 10) acudirías con más frecuencia a las fuentes que tanto pueden nutrir nuestra vida. Será esta la primera de varias notas.
“La presente reflexión, por tanto, está orientada a reconocer desde el interior del don de Dios lo que Él, creador y redentor, te confía tanto a ti como a toda mujer. En el Espíritu de Cristo puedes descubrir el significado pleno de tu femineidad y, de esta manera, disponerte al don sincero de ti misma a los demás, y de este modo encontrarte a ti misma.” [Cfr. MD, 31].
Más que un espejo, eres una señal en el mundo
En la Biblia leemos que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza (Cfr. Gn 1, 27). Estarás pensando lo mismo que yo para argumentar que tienes la misma dignidad que el varón. Lo cual es cierto. Pero no te olvides que tu dignidad brota del simple hecho de ser obra de semejante creador. Igual que una canción no tiene mérito sin su autor, un poema sin su pensador o un invento sin la firma de su hacedor, tú tienes una dignidad infinita, una belleza inexpugnable y un corazón sublime gracias a tu creador.
Tampoco te olvides de lo que te encomendó el creador, pues te creo capaz de una gran responsabilidad ante Él y ante la humanidad: hacer crecer al hombre, multiplicar sus ilusiones, henchir el globo terráqueo con tu propio esplendor; someterlo al amor. No eres solamente compañera de la vida del hombre, eres su otro “yo”.
Por esto necesitamos de nuestro otro “yo”, [Cfr. MD, 7] no para saciar nuestro mundo imaginativo-pasional, sino para poder ver las señales del creador en esta tierra. No sólo eres carne de la carne o huesos de los huesos; eres, más bien, una auténtica señal del creador en el mundo. Has sido creada a su imagen y semejanza. Pero en esto, hasta los espejos se convierten en espejismos si no te dejamos ser auténtica, plena capaz.
En el lenguaje bíblico tu nombre –mujer- indica la identidad esencial con el hombre: is - issah, cosa que, por lo general, las lenguas modernas, desgraciadamente, no logran expresar. "Esta será llamada mujer (issah), porque del varón (is) ha sido tomada" (Gen 2, 25). [MD, 6]
¿Crees que se trate solamente de la "ayuda" en orden a la acción, a "someter la tierra" (cf. Gen 1, 28), te preguntaría el pontífice? Ciertamente se trata de la compañera de la vida con la que el hombre se puede unir, como esposa, llegando a ser con ella "una sola carne" y abandonando por esto a "su padre y a su madre" (cf. Gen 2, 24). Pero va mucho más allá: por ti, de ti y para ti, creó Dios esa unión matrimonial, hoy tan desprestigiada porque te quieren desprestigiar a ti. La descripción "bíblica" habla de esta unión como condición indispensable para la transmisión de la vida a las nuevas generaciones de los hombres, a la que el matrimonio y el amor conyugal están ordenados: "Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla" (Gen 1, 28). [MD,6)
Por eso eres más que un espejo. Eres una auténtica señal –imagen y semejanza de tu creador- en el mundo. Lo relata espléndidamente Mamerto Menapace en su libro Cuentos matizados en su historia acerca de las huellas del camello, cuando, estupefacto por la incredulidad de un ingeniero científico y racionalista-calculador pone en boca del protagonista esta frase: “Yo no sé nada; no creo que haya pasado alguien, porque ni yo ni usted hemos visto nada; sólo veo las huellas de las pisadas”. Nos bastan, tus huellas en el mundo, para saber que tú has pasado y que, junto contigo, Dios está pasando. Tus huellas son la creación humana misma, pues sin ti, no podrían haber venido. Y no me digas que ahora ya no te llamas mujer sino in vitro porque yo no creo que sin ti, puedan existir esas huellas.
Eres una señal en el mundo de que no es bueno que el hombre esté solo. Necesita del talento, del talante y de la presteza de tu don. No te olvides de este don, ni tampoco de tu responsabilidad. Quien se mire en ese espejo no se verá a sí mismo, verá a su creador.
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